leer,  mirar

Litus Draconum

La oficina de alquiler de vehículos es una caseta de obra erigida en precario equilibrio sobre unos bloques de hormigón que la sostienen con desgana. El sol, en su punto más alto, cae suicida sobre la chapa, convirtiendo la atmósfera del interior en un remolino denso y pesado que nos obliga a movernos como sonámbulos.

Delante de mí hay muchas personas esperando. Todas igual de exhaustas por el vuelo y deseando tener las llaves del coche entre las manos para poder escapar de ese aparcamiento a las afueras del aeropuerto. Escapar, tal vez, hacia las nubes que se agrupan prometiendo la lluvia en el norte.

Desperdigados sobre una mesa veo un puñado de folletos que hablan sobre el país en el que acabamos de aterrizar. Gente feliz en las portadas haciendo cosas de gente feliz: la versión edulcorada de un destino que quiere ser perfecto.

No sé si esos folletos están ahí para amenizar la espera o para convertirse en improvisados abanicos. Para mi, la palabra escrita es siempre algo sagrado, por lo que tomo el primero de ellos y empiezo a leerlo con desgana. Más sonrisas galácticas, más dientes impecables, más vidas sin preocupaciones. Al final, una breve reseña sobre el lugar que pensaba visitar.

Según el folleto, el nombre del lugar proviene de una antigua expresión en latín que podría traducirse como “costa de los dragones”. El texto, explica con el tono solemne de un profesor de instituto, que los marineros que llegaron hasta allí creían que ese, y no otro, era el final del mundo conocido.

¿Y qué haces cuando llegas al fin del mundo conocido? Exacto. Dibujas un montón de dragones en los mapas como advertencia para los que vengan detrás, y te marchas a casa con la satisfacción del deber cumplido. El resto de tu vida será recordar ese momento, el momento en que llegaste al final del mundo,. ¿Os lo he contado?, preguntarás otra vez a tu mujer, que te mirará con los ojos vacíos de una extraña. ¿Recordáis aquello?, dirás en la taberna, y todos bajarán la cabeza, incómodos, evitando tu mirada.

Días más tarde, ya al volante de un pequeño Fiat que recorría aguerrido las enrevesadas curvas de la región, descubrí que el folleto estaba equivocado. El nombre de la costa no tenía nada que ver con la imaginación de los marineros ni con el fin del mundo.

Lo descubrí por azar, tras varios días fotografiando los atardeceres infinitos que regalaba aquella parte del mundo. Tenía ante mi un cielo sin una sola nube ante mi, solo el disco dorado del sol intentando arrancar el último aliento de luz antes de ceder a la noche eterna. Fue entonces cuando vi las rocas desde lo alto. Brillaban como obsidiana y algo en su forma llamó mi atención: las crestas afiladas, las curvas que formaban con el mar… parecían la columna vertebral de un ser mitológico.

El esqueleto de un dragón enterrado en la arena, fué lo primero que pensé.

Puse el trípode en tierra, configuré la pequeña cajita mágica y tomé la fotografía. Los colores, unos colores extraños surgieron del sensor. La arena, iridiscente en la imagen, se extendía alrededor de las rocas como un manto dorado, fina como polvo de oro. De algún modo, el sensor de la cámara había captado más información que mi vista imperfecta.

Dragones. Estaba de pie en un cementerio de dragones. Mis pies descalzos pisaban sus huesos. El polvo dorado eran los restos de su piel y tendones que se habían mezclado con la arena, creando aquel caleidoscopio extraño de brillos y colores.

La costa de los dragones. De ahí venía su nombre. No de la imaginación crédula de los marineros, sino de algo mucho más tangible.

Levanté la vista al horizonte. El sol era apenas un puntito de luz, a punto de ahogarse. Enterré aún más mis pies en la arena dorada y respiré el aire cargado de salitre. Supe que había llegado al fin del mundo, el lugar donde los dragones habían decidido morir.


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26 Comments

  • BDEB

    Con esas maravillosas fotografías y lo bonito que lo has descrito, dan ganas de coger un avión y perderse en esa tierra de dragones.
    Pero me voy a tener que conformar con un atardecer en el mediterráneo. Has hecho que me entren ganas de ir a pasear al mar esta tarde.
    Excelente querido Beauseant.
    Un fortísimo abrazo.

  • Eva

    Un lugar tan hermoso que parece de ensueño, como las imágenes de un cuento, en el que un buen final hubiera sido que, al alejarte y volver la vista atrás, el dragón, tan solo dormido, se desperezara de su sueño de siglos y te mirara.

  • Beauséant

    En eso estamos totalmente de acuerdo, Joiel, son igual de bonitos que un enano de jardín y, además, imponen mucho más 😉

    Gracias, Sabius, era un texto que llevaba atascado un tiempo, me alegra que te haya gustado.

    Hay muchas tierras de dragones, BDEB, hay que salir a buscarlas y tener el ánimo adecuado para reconocerlas 😉 El mediterráneo es un lugar estupendo para empezar.

    Me hubiese gustado ese final, Eva, por desgracia hemos hecho un mundo muy pequeño para los dragones. Les empezamos arrojando a la esquina de los mapas y, al final, ni eso les hemos dejado. Al menos nos quedan sus leyendas.

  • Beauséant

    Ten cuidado, José A. García, algunos nombres si deben ser tenidos en cuenta. No sé, imagina, el bosque del dolor, el desierto del eterno sufrimiento, no sé yo no me metería ahí, ¿no te parece? 😉

  • María

    Al hablar del fin de la tierra ,me he ido con la mente a Fisterra , porque además no hay puestas de sol más maravillosas que la q se ven desde ahí, pero no soy capaz de reconocer esa costa de dragones tuya …sea como sea y este donde esté, es absolutamente mágico este lugar o tú lo has llenado de magia en tus fotografías …Además, por una vez y sin q sirva de precedente, le has dado la vuelta a las leyendas q volvían terroríficos y llenos de monstruos horrorosos esos finales de la tierra ..sin embargo tu tierra de dragones es hermosa, llena de luz dorada y cielos azules…aquí no caben los sucedáneos de folletos publicitarios , ni sonrisas impostadas …Los dragones se merecen un lugar especial y tú lo has recreado para ellos…El último dragón duerme en paz bajo esas arenas rojas gracias a ti ; ) Un beso

  • Joselu

    En la frontera entre lo tangible y lo mítico, este relato nos sumerge en una danza de apariencias y realidades que se entrelazan como el yin y el yang. La prosaica escena inicial -una oficina de alquiler sofocante- se transforma en el umbral de un viaje iniciático hacia lo extraordinario.

    La primera capa de realidad se nos presenta en forma de folletos turísticos, esos mensajeros de felicidades prefabricadas que intentan encapsular la esencia de un lugar en sonrisas perfectas. Como las sombras en la caverna platónica, estos papeles brillantes solo son el reflejo distorsionado de una verdad más profunda.

    La verdadera naturaleza del lugar se revela no a través de las explicaciones racionales ni de las etimologías académicas, sino en el momento preciso del crepúsculo, cuando la luz y la oscuridad se encuentran en perfecto equilibrio. La cámara fotográfica, ese tercer ojo tecnológico, captura lo que el ojo humano, limitado por sus propias expectativas, no puede ver.

    La arena dorada, los huesos pétreos, la piel fosilizada de los dragones… Todo cobra sentido en un instante de iluminación donde lo aparente y lo real se funden. No son las leyendas de marineros temerosos las que dan nombre al lugar, sino la propia tierra que guarda en su seno los secretos de seres que trascienden nuestra comprensión cotidiana.

    Al final, el narrador encuentra su verdad precisamente donde termina el mundo conocido. Como en la filosofía taoísta, es en el vacío -representado por ese sol que se desvanece en el horizonte- donde reside la plenitud del significado. Los pies descalzos sobre la arena dorada son el último acto de comunión con una realidad que trasciende las explicaciones racionales y los folletos turísticos.

    La verdadera sabiduría, nos sugiere el texto, no está en las explicaciones que nos dan, sino en la capacidad de ver más allá de ellas, en ese espacio donde la realidad y el mito se encuentran en la danza eterna del ser y el no-ser.

  • Cabrónidas

    Gran parte de la literatura nos ha hecho creer que los dragones son malvados y asesinos. Aunque quizás, después de leer tu entrada, quizá no lo eran tanto.

  • Milena

    Qué belleza, nos sólo tus fotografías que son espectaculares, sino el texto, tan poético… Esperanzadora, y llena de aliento, tu mirada.

  • Beauséant

    El final de la tierra, MARÍA, siempre resulta aterrado en nuestros corazones, pero sólo en los que no han leído libros, para los últimos, los finales son solo el inicio de una aventura. Los dragones custodiaron ese lugar durante siglos, hasta que hicimos el mundo tan pequeño con nuestra tecnología que tuvieron que buscar otros lugares. Me gusta pensar que no se han marchado, simplemente aguardan en el nuevo fin del mundo 😉

    ¿El lugar?, ahora que no nos lee nadie, la costa de Portugal, es verdad que he forzado un poco los colores, pero no mucho, no te creas.

    Gracias, Joselu, has dado a la entrada una profundidad muy grande. Los libros, incluso los más intelectuales, sólo muestran pequeñas porciones de la realidad. Entre la realidad de los libros y la del mundo, media una distancia similar a la que ocurre entre el mapa y el territorio que representa. Cuando nuestra realidad sólo se cimenta en las historias y en los libros, queda incompleta. Hay que salir al mundo a buscarlo, a “pelearlo” Encontrarle una explicación que te sea única, que puedas llevar contigo y defender como algo muy preciado.

    Muchas gracias por el análisis, has resumido lo que rumiaba en mi cabeza al escribirlo. Algo que me ha llevado más tiempo del que pensaba.

    Sospecho, Cabrónidas, que robaron el oro de quién no debían. Es decir, coleccionaban oro y joyas, pero no lo querían para nada, simplemente les parecía bonito dormir sobre ellas… ¿quién tiene oro y joyas en cantidad suficiente para despertar a un dragón?, pues eso, los ricos, los poderosos. Normal que no se lo perdonasen, no creo que los pobres tengamos muchos problemas con los dragones 😉

    Gracias, Milena, sospecho que mi mirada no siempre es luminosa, pero los atardeceres junto al mar la cambian para bien.
    Un abrazo

  • Miquel Cartisano

    Nunca me han encandilado los folletos ni la propaganda, sé que están hechos para vender. A la costa de dragones le has encontrado el por qué, se trata de la luz, los acantilados, el agua y la espuma que dibujan todo aquello que uno ya tiene en idea, ya sale Platón, y en la mente.
    Me ha gustado mucho las fotos, y la narración, se me ha hecho amena.
    Salut

  • Gabi C S

    Los dragones , leí alguna vez, son los únicos seres mitológicos wue salen en todas las mitologías. Así que seguro wue existieron y estamos a la espera de wue encuentren sus huesos, lo que pasa es que estan más hondos que los de tus fotos. En el centro de la tierra, quizás.
    Apuesto a wue cuando viste las fotos, fuiste a una ferretería a comprar una luma y empezar a rascar, y no en la parte negra, precisamente.
    QUE FUERTE la penúltima foto. Parece wue esta emergiendo el dragón.
    ABrazooo

  • Toro Salvaje

    Restos de dragones… sí… ahí están.
    La mayoría de la gente no sabe mirar y por eso necesitan folletos que son timos de colores.

    Qué bien que lo descubriste.
    El mundo de los que saben mirar es más interesante.

  • tonYerik

    Me encantan todos esos colores aunque reconozco que aun ando poco corto y me costaba. Me decía hace unos días un óptico amigo mientras tomábamos una copita que no se explica como desde el primer dia con ese ojo (izquierdo) que se supone que al haber tenido una catarata congénita debería aprender que ve, podría reconocerlos tan pronto. Los oftalmólogos también se extrañaron que desde el primer momento viera con él claro, y no borroso que suele ser lo normal, y en el caso del otro así fue, no veía un pimiento hasta el segundo día.Yo le explicaba que con el derecho he visto más o menos bien desde el principio por eso no tendría necesidad de ir procesando la información.
    Bueno ya estoy de nuevo por aquí a ratos.
    ¡Y no la perfección en este caso de momento no es tal!

    He tenido que darme de baja en WordPress porque no me dejaba ayer comentarte desde ahí.

    Salud

  • Beauséant

    Muchas gracias, Miquel Cartisano, me preocupaba que fuese demasiado extensa para lo que suele ser habitual por aquí, pero quería reflejar eso que comentas, el mar, la espuma, todas esas cosas que peleaban por meterse en el sensor de la cámara y que son ideas que surgen de nuestra imaginación.

    Me alegra que, a pesar de tu odio, ConejoOdiaGuordpres, hayas logrado comentar, mira que se complica a veces, ¿verdad? No he jugado a ese juego, pero he visto suficientes vídeos en internet para saber a qué te refieres 😉

    No lo había pensado, Gabi C S, pero es verdad, que yo recuerde aparecen en todas partes, incluso en los griegos, con Jasón y sus alegres muchachos. Eso da más puntos de existencia que muchos de los mesías de algunas religiones, ¿verdad?

    Por un momento me he visto en la playa con una lima espolvoreando la arena y pegándome con el viento para que no estropease la foto :;)

    El mundo de los que saben mirar, Toro Salvaje, o de los que saben mirar de otra manera. A veces la realidad es un bostezo tras otro.. menos más que la poesía nos rescata, ¿no te parece?

    Me alegra verte de vuelta, tonYerik, sospecho que tienes un ojo amaestrado para mirar por el visor y que sabe contemplar el mundo mejor que el otro. Pero, claro, eso es complicado explicárselo al galeno de turno, tan acostumbrado a trabajar con la realidad de los datos 🙂

    Espero que, poco a poco, puedas volver sin muchos problemas y que no tengas problemas para ver, o para hacer, fotografías.
    Un abrazo

  • Etienne

    En los confines del mundo, allí donde termina, se fueron a ocultar los dragones (según la película) con la idea de que hasta allí los hombres no llegarían. Eventualmente, el mundo se acercó gracias a mejores transportes y entonces no les quedó otra que desaparecer, convivir nunca fue una opción para ellos.
    Hermosas fotos, talentoso ojo tenés para armar la composición de la imagen!
    Abrazo!

  • Nino

    Hola, Beauséant:
    No creo en la trascendencia. Quizá por ello me preocupa el fin de mis días, no el final de nuestro mundo. A mi apego a la intrascendencia, se une mi desapego hacia la Naturaleza –salvo cuando afecta a mis malestares o limitaciones–.
    Te leo y admiro en tus palabras la capacidad para amenizar lo costumbrista y avivar lo imaginario, hasta el punto en que estoy visualizando dragones en esta costa que acostumbro a mirar para alejar la vista de la pantalla del pc.
    Gracias, Beauséant.

  • Beauséant

    Hemos dejado poco espacio para las maravillas en el mundo, Etienne, no sólo los transportes, la ciencia ha hecho el mundo más pequeño. No me extraña que los dragones hayan decidido escapar a un mundo alejado de la ciencia. Muchas gracias por tus palabras.

    La intrascendencia es cosustancial al ser humano, lo que pasa es que no todo el mundo lo comprende. Andamos siempre intentando dejar pequeñas marquitas para los que vengan detrás y no nos damos cuenta de los fútil de nuestros actos. La intrascendencia nos hace libres, tienes razón. Los dragones ya son otra cosa, ellos querían pasar desapercibidos, pero dejaron unas huellas imposibles de no ver 😉 Corre, ve a por la cámara y hazles una foto.

    Un abrazo

  • Citu

    Es u lugar tan bello , que las fotografías te trasportan a otro mundo. Me imagino que ahí viven los dragones por que es un lugar mágico. Te mando un beso y te deseo una feliz navidad para ti y tu familia.

  • Jo

    Me ha encantado que de pronto al leerte como siempre tan claramente y descriptivo … Acordarme si acaso Falcor (fujur) en el libro de Michael Ende andaría por ahí ..
    Que ilusión

  • Diego

    Es curiosa la expresión “finis terrae”, el final de la tierra conocida, que se suponía que era el dominio de los dragones, como tan bien expresas en tu texto y sugestivas fotografías. Ahora ya sabemos que esas finisterres no existen, ni los dragones, la esfera no tiene principio ni final, todo es camino. Excepto para los terraplanistas, claro, que quizás sean herederos de aquellos dragones mitológicos 🙂

  • Lua

    Quizás todas esas rocas, piedras y montañas que a veces nos rodean sean en realidad los esqueletos de dragones que yacen desde tiempos inmemoriales. Han estado ahí, a la vista, pero no hemos sabido verlos. Me ha encantado la transición desde un lugar tan mundano como la caseta de alquiler de coches hasta llegar a un sitio que se siente casi sagrado. Adoro cómo has descrito los detalles… el polvo dorado, las rocas como la columna vertebral de un dragón… Ese contraste entre los folletos turísticos, con su belleza tan superficial, aséptica y “perfecta”, y la belleza real que nos describes, tan auténtica que da la vuelta y se vuelve mágica, misteriosa… Ay, Beau, cómo escribes… No solo me has hecho ver ese lugar fantástico, sino sentirlo. Gracias, de verdad, qué hermoso. Las fotografías son abrumadoramente bellas. Un abrazo enorme 🙂

  • Beauséant

    Muchas gracias, Citu, son unas fechas un poco raras, pero al final siempre se acaban pasando bien, el truco es no hacerles mucho caso, sospecho. Y sí, un lugar mágico, a mi me lo pareció, desde luego.

    Un abrazo.

    ¿Te imaginas, Jo?, me habría encantado que al ver la foto en el visor hubiese aparecido, aunque sólo hubiese sido un puntito negro en el cielo, yo habría dicho que era él, lo habría creído con todas mis ganas.

    Bien visto, Diego, un terraplanista, por definición debería creer en los dragones 🙂 Es una pena que ya no existan los finales del mundo, ¿no te parece? Le quita un poco la épica a eso de vivir, el saber que todo es un círculo, sin inicios ni finales.

    Muchas gracias, Lua, tus palabras son como el polvillo ese dorado de la playa, me llevan a otro lugar 🙂 El mundo mundano esta lleno de lugares mágicos, los tenemos ahí al lado, pero la vida real nos agobia, nos lleva, nos trae, nunca nos deja que nos fijemos en esas cosas, ¿verdad? Hay magia en el mundo, cada vez cuesta más encontrarla, pero existe, ya lo creo que existe, cerca, muy cerca.
    Un abrazo.

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