fractales

Nos reencontramos en el enorme vestíbulo de aquel edificio de oficinas varado en medio del polígono industrial. Reencontrarnos , esa es la palabra que usamos, “volver a encontrarnos”, pero era una mentira piadosa, lo cierto es que éramos dos extraños que se veían por primera vez.
Fue ella quien me reconoció. Yo hace tiempo que he dejado de mirar a las personas buscando algo en sus rostros, he abandonado el glorioso ejército de la humanidad para unirme al de los ahogados que ya no esperan nada. Dijo mi nombre y su voz restalló como un látigo en medio del vestíbulo desierto. Me detuve, movido por ese viejo automatismo que nos obliga a responder cuando somos invocados. Allí estaba ella: los ojos abotargados, la gruesa capa de maquillaje resquebrajada como una antigua pintura y un traje de pantalón que intentaba ser sofisticado y no era nada.
No supe quien eras, así de sencillo. Tuve que arrastrarme hasta el podrido almacén de los recuerdos y seguir el rastro hasta llegar a tu nombre, que atesoré como quien ha encontrado una palabra nueva y aún no conoce su significado.
Sospecho que el tiempo no nos ha tratado bien a ninguno de los dos. Que la derrota que se adivina en tu cuerpo ondea la misma bandera de rendición en el mio, aunque yo no pueda verla porque los espejos siempre nos mienten.
Es un milagro habernos encontrado. Dijiste con una sonrisa que era un destello de los viejos tiempos.
Caemos con frecuencia en la tentación de ver milagros en cada vuelta de los cansados engranajes del universo. Nuestro encuentro no era un milagro, era una condena: habíamos estudiado juntos, lo hicimos en la misma universidad de provincias y en la misma carrera que nos había permitido nuestras paupérrimas notas. Esta empresa del polígino era nuestra única alternativa laboral en una radio de cien kilómetros.
Más que un milagro, aquel encuentro era el acta notarial de nuestra rendición ante la vida, porque lo cierto es que nunca salimos del lugar donde nos nacieron. Hay pocas frases más tristes que esa.
Nos despedimos entregando solemnes como generales derrotados nuestros número de teléfono, -al menos esos sí eran nuevos- y deslizaste dos besos cansados en mis mejillas. El olor a una colonia que conocía sin conocer, una estela de pecas deslizándose como un banco de peces a la oscura promesa de tu escote, unas venitas azuladas que palpitaban al ritmo de tu respiración. Esos son los últimos recuerdos que me llevé. Más restos del naufragio, más piezas rotas para el basurero sin contabilidad de los recuerdos.
Supongo que ambos sabíamos que no nos llamaríamos. Que ese segundo reencuentro no estaba destinado a suceder. Fractales sin forma, fogonazos de luz que nunca revelan la fotografía final. A veces a eso se reduce la vida, a cosas que estuvieron a punto de suceder.
Salí del edificio como un resucitado que quiere volver a su tumba, y entonces me crucé con el gato del polígono. Una criatura beatifica que vive entre los cubos de basura siempre bien provistos, y que nos juzga a todos los que pasamos ante él sin ningún rencor ni esperanza: un profeta cargado de ancestral sabiduría que ya no espera nada de nosotros.
En ese momento, un viento cargado de olores y hojas secas movió mis ropas y todo crujió a mi alrededor como si el universo se hubiese puesto en marcha. El Gato orientó su cuerpo anaranjado hasta sentir el viento en los bigotes y, os lo juro, le vi sonreír de puro placer en aquella dorada hora del atardecer. La imagen de la pura felicidad.
Quizás si existan los milagros. Quizá la única verdad estaba allí: un instante de pura existencia, sin memoria ni condena. Un atardecer dorado y el viento en los bigotes de un gato. Nada más. Y, por un momento, fue suficiente.
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anatomía de una fotografía
23 Comments
Toro Salvaje
Hace poco tuve un encuentro/condena de esos.
Una coincidencia inesperada que resquebrajó la inercia cotidiana.
Un antiguo compañero de trabajo… y de repente te das cuenta de lo que el tiempo ha hecho con nosotros.
Gente que brilló y ahora son pozo sin fondo, o somos mejor dicho…
Palabras vacías que van y vienen para salvar la situación con algo de dignidad.
Promesas de quedar un día “con más tiempo” para hablar… sabiendo que ese día jamás llegará.
El teatro de la vida en su función más deplorable.
Así voy, así vamos.
Saludos.
BDEB
Reencuentros como ese realmente nunca los he tenido, aquello que pasó se quedó atrás (supongo) si he tenido reencuentros con personas que en su día fueron amigos y los caminos se separaron, después se juntaron de nuevo al cabo de veinte años, y mira, gracias a él aquí estoy escribiendo, pero supongo que la mayoría de veces te despides de nuevo y ese número de teléfono queda en tu olvido, salvo cuando lo ves en la agenda.
Me parece haber visto un lindo gatito 😉
Un fuerte abrazo.
Andrea
El destino tiene capricho, como la vida misma…
Cabrónidas
Somos algo así como peones en un tablero. Alguien o algo dispuso un gran juego para nosotros, pero olvidó explicarnos las reglas.
José A. García
Acá otro ahogado que no busca y rehuye ese tipo de encuentros.
Suerte,
J.
Laacantha
La vejez es la más inesperada de todas las cosas que le suceden a un hombre (León Trotsky)
¡Que texto tan bueno! “…aquel encuentro era el acta notarial de nuestra rendición ante la vida.” Y así seguimos , no hay remedio.
Un placer leerte, muchas gracias.
Beauséant
Somos, Toro Salvaje, no hay más que asomarse a los ojos de esas personas, convertidas en extrañas, para darte cuenta de dónde quedaron los sueños, las promesas y los planes, todos al vertedero del tiempo. Nunca sé cómo actuar en esas situaciones, qué decir, cómo comportarme, porque lo único que me sale decir es, ¿qué nos ha pasado? El teatro de la vida, sí, con un mal guión y peores actores.
Un muy lindo gatito, BDEB, y feliz, al menos me pareció muy feliz, ¿no crees? Es una pena, ¿verdad?, encontrarte con personas que significaron mucho y el tiempo ha convertido en nada… Por suerte a veces ocurre lo que comentas, que puedes retomar la amistad aunque, la verdad, eso no me ha ocurrido. Sí tengo amistades a las que apenas veo por circunstancias de la vida y que, sin embargo, cuando ves, retomas la amistad como si te vieses todas las semanas.
El destino, Andrea, nos lleva y nos trae, no quita y nos da.. nunca nos pregunta nuestra opinión.
Así es, Cabrónidas, nos metieron en medio de la partida empezada, nos dieron las cartas y nos dijero: buena suerte. Así que vamos aprendiendo a golpes. Sospecho que cuando nos sepamos las reglas ya será demasiado tarde para hacer nada con lo aprendido.
Un enorme ejército de ahogados, José A. García, lo importante es asumirlo y no intentar fingir otra cosa, ¿no te parece?
Muchas gracias, Laacantha, el placer es mío al volver a encontrarte 🙂 La vejez siempre nos pilla de sorpresa, ¿verdad? Un día descubres que te cuesta mucho subir una escalera, que el texto se ha vuelto borroso… un día eres joven y al siguiente tienes una marca favorita de lavavajillas que te parece superior al resto 😉
Eva
Aunque yo tengo perro me encantan los gatos, y admiro su capacidad de disfrutar de ese solitario rayo de sol, o de desperezarse mientras se estiran sin complejos. La vida tiene sus reglas y ellos las conocen mejor que nosotros y las aceptan. Afortunadamente no tengo demasiados reencuentros pendientes, pero de algunos huiría despavorida…como los gatos.
Abrazos, Beauseant
Citu
Lindo relato y uno debe ver lo asombro de las cosas simples y bellas como un gato. Te mando un beso.
Gabi C S
Si trabajan en el mismo sitio es inevitable que se reencuentren. Yo creo que sin quererlo, esto progresará. ¿Hay un bar cerca?
Espero que sea invierno, porque trabajar hasta que se pone el sol…
La foto del gato me pareció al principio un amanecer ( debió ser porque era al principio).
Sin duda ese gato necesita unas gafas de sol, y la sonrisa hubiera sido inconfundible con una mueca o cualquier otra cosa.
A los compis de la universidad ni siquiera les pongo cara, excepto a un par, a los que tampoco he vuelto a ver. A los del cole sí que les pongo cara, pero si me los cruzará tampoco los reconocería, sin duda por su culpa, por cambiar sin avisar.
Abrazooo
tonYerik
“Fractales sin forma” Eso sí que sería, ¡es! una ruina total por imposible.
Desde pequeño he sido un rarito, me gustaba dedicarme a las cosas más raras que mis amigos, compañeros de juegos ni entendían ni querían entender porque eran tan normalitos ellos que sería caer en el abismo de una cabeza como esa. Y luego según fui creciendo poco mas o menos pero ya con el cuidado de parecer alguien normal que no sobresale para nada, porque en el mundo que trabajaba hubiera sido un suicidio. Pero a mi me gustaba en la oscuridad seguir con mis cosas, como cuando aparecieron estos trastos los ordenatas y en los ratos libres no se me ocurría algo más sin sentido que hacer un programa que me encontré en una revista que para lo unico que servia era para hacer eso, “FRACTALES”. Un montón de líneas de código que después de escritas una tras otra naturalmente hubo que corregir y buscar los errores hasta que por fin “Luz” aquello empezó a reconstruir unos fractales en la pantalla maravillosos, y no me refiero a un “Romanescu” que también es bello por sí solo , sino unas figuras de colores que más bien parecieran una explosión lisérgica.
Como decía la comparación en tu exposición de lo que fue y lo que te encontrarte no podía ser más expresivo de Ruina Total. Y me has llevado a releerme la entrada que subí el pasado cuatro de julio en la que contaba más o menos que: Llevo media vida esperando encontrármela, y no hay, habia manera y por fin sucedió unos días antes del articulito de marras. Reconozco que jugamos los dos al gato y al ratón porque ninguno de los dos daba crédito a lo que tenía delante y no por la ruina que podríamos ser en esos momentos (24 y 25, 71 y 72) porque la verdad es que al menos ella no ha cambiado creo tanto, aunque en realidad te juro que no se si vi lo que tenía delante o lo que querría haber visto.
Y por lo que le vi a ella actual creo que le ocurrió algo parecido.
En fin.
Me gustaría tener un rato sin sobresaltos y hablar de algunas cosas sin terceros sobrevolando.
Franco Puricelli
Muy bonito texto, con una bella descripción de la escena y reflexiones al mismo tiempo claras y profundas. Un gusto leerlo, saludos!
ConejoOdiaGuordpres
Reencontrarse con alguien del pasado es como abrir una lata olvidada en el fondo de la despensa: uno espera nostalgia y encuentra la pinche fecha de expiración del 2023. Menos mal que el gato del polígono, con más dignidad que todo el vestíbulo junto, supo recordarnos que la maldita felicidad no está en los reencuentros humanos… sino en que la basura llegue puntualmente puesn. Arriba el Átlas del Guadalajara aunque no gane carajo, pura tristeza.
Beauséant
Es verdad, Eva, un gato nunca se vería en la obligación de atender a esos encuentros 🙂 Levantaría los bigotes, analizaría la situación y respondería con un bufido para dejar clara su opinión. A mi me gustan los perros, me parecen adorables, pero es verdad que los gatos tienen más recovecos, a veces para lo malo, a veces para lo bueno, pero lo cierto es que siempre te sorprenden.
Las cosas simples, Citu, dejan ver toda su complejidad cuando las miras de cerca, cuando te detienes con ellas. Pasa algo parecido con la fotografía macro. Un abrazo.
Los bares son la piedra angular donde cimentar las relaciones, ¿verdad, Gabi C S?.. Algunos encuentros son inevitables, es verdad, el destino lanza una piedrecita en lo alto de la montaña y acaban siendo la avalancha que te lleva por delante.. muchas relaciones parecen funcionar por eso, porque parecían inevitables, porque casi parecía que no quedaba otro remedio… nunca me han parecido relaciones alegres, la verdad. Era el último rayo de sol, seguro, el gato también lo sabía, yo creo que se colocó justo ahí para disfrutarlo.
Apenas recuerdo a mis antiguos compañeros de nada, supongo que ellos tampoco se acordarán de mi.. todos habremos cambiado, supongo que no para mejor.
Muchas gracias, tonYerik, de verdad, muchas gracias, por notar esa apreciación, un fractal sin forma, la nada más absoluta, ¿verdad? Ese puñado de líneas extrañas que acababan formando pura magia en la pantalla y con esos nombres que parecían un hechizo arcano, fractal de mandelbrot… Cambiabas un número, movías una letra, y surgían otros colores, otras formas, casi un universo.
La vida me parecía eso entonces, algo que con dedicación, prestando atención a los detalles, se convertiría en una explosión maravillosa de luz. Supongo que hay una edad en la que todos pensamos que estamos destinando a “algo grande”. Luego la vida nos va colocando en la estantería correcta.. algunos no aprenden nunca, se niegan a aceptar, a negociar lo que viene…
Me gusta tu final, que no es del todo un final, el poder tener ese reencuentro sin ver una derrota, pensar que tampoco ha cambiado tanto porque la erosión del cuerpo no siempre afecta lo que realmente somos, ¿es posible eso?, ¿de verdad podemos seguir siendo lo que éramos? Dices que sí, y quiero creerte, creerte con todas mis fuerzas.
Voy a buscar esa entrada de la que hablas.. gracias por compartirla
Muchas gracias, Franco Puricelli, a veces se me atropellan los datos y las descripciones. Hay que usar el látigo para regresar las fieras a su lugar 😉
Genial esa descripción, ConejoOdiaGuordpres, la puñetera fecha de caducidad. ¿Te imaginas?, todas tus amistades, parejas, conocidas, todas con una fecha de caducidad escrita en la frente para que puedas tener claro hasta donde puedes llegar con ellas, una maravilla 🙂 El gato es el personaje sabio del relato, deberían hacer procesiones para consultarle como un oráculo, ¿verdad?
Con tu permiso, soy más de la cultural leonesa que, además, últimamente ha dado alguna alegría y todo 😉
Un abrazo
Mento
Pienso que todos hemos pasado por esos instantes que hoy nos compartes y hemos experimentado más o menos lo que tratas de hacernos reflexionar. Lo del gato es la justa conclusión a la que toda nuestra vida se puede resumir… momentos, instantes de pura belleza que llenan de paz nuestro ser. Si viviésemos la vida tratando de experimentar y sentir esos instantes y no desgastándonos por cosas que nos llevan a callejones sin salidas. La vida sería mejor, porque no hay nada mejor que descubrir la capacidad de los efectos que tiene la quietud en nosotros. Como ese gato que seguro es muy vivaz y míralo ahí… comiéndose en un instante toda la energía del astro sol sin mover una patita… y sin ser un gato astronauta…
evavill
El viento en los bigotes de un gato hace música.
Y el paso del tiempo en nuestros cuerpos hace destrozos ,aunque nos digamos, “estás igual que siempre” en uno de esos reencuentros.
Beauséant
Más que intentar hacer reflexionar a alguien, MENTO, cosa que me encantaría pero que no sé si soy la persona indicada,casi todo lo que escribo es más una “autoreflexión”, una forma de dejarme notitas por la casa con cosas que no debo olvidar. Comprar leche, arreglar la lámpara de la mesilla, y no olvidarme de la importancia de esos momentos 🙂 Lo has resumido perfectamente: “Si viviésemos la vida tratando de experimentar y sentir esos instantes y no desgastándonos por cosas que nos llevan a callejones sin salidas. La vida sería mejor” , pero nos cuesta, ¿verdad?, parece que la vida es acumular cosas y no prestamos atención a todo lo que pasa ante nuestros ojos.
Qué bonita imagen, evavill, creo que sería una música que me gustaría mucho escuchar.. Claro, decimos “estás como siempre”, pero es más un deseo, un intento de que también nos veamos como siempre, que una realidad.
carlos
Amigo, entre tantos hallazgos que me conmovieron y que hacen inolvidable tu relato (del que tengo mucho que aprender cómo está construido) destaco éste: “A veces a eso se reduce la vida, a cosas que estuvieron a punto de suceder.”
Afortunamante este relato sí sucedió, vió la luz, y me conmovió.
Abrazo admirado.
Beauséant
Gracias por colocar mis letras en un lugar tan alto, carlos, a mi siempre me han parecido bastante pequeñas y domesticas … mis textos, como esa frase que señalas, siempre me parecen algo que estuvo a punto de suceder porque siempre los siento incompletos.. pero sí, a veces la vida me parece eso, cosas que rozas con los dedos, que te salga el billete de la lotería premiado con un número fuera de lugar… Es complicado construir algo con todos esos “casis”, pero de alguna manera lo hacemos… hacemos textos, seguimos con nuestras vidas, somos supervivientes….
Gracias, como siempre, muchas gracias…
Joiel
Se dicen cosas sin decir, se hacen promesas sin palabra, se encuentran los que solo saben perderse, y al final de todo, un gato. El epílogo supo ser el postre más dulce.
Beauséant
Los gatos, por suerte, no se sienten obligados a nada de eso, nos han ganado en eso también, ¿verdad? JOIEL Es bueno que los epílogos nos dejen un buen sabor de boca, es lo que nos llevamos a casa.
Mónica Frau
Hermoso. Rico en imágenes y descripciones. Un abrazo
Beauséant
Muchas gracias, Mónica Frau, me gusta imaginar mis textos como eso, imágenes, fotogramas, creo en un lenguaje visual.. muchas gracias.
Un abrazo