leer,  mirar

pneuma

Bienaventurados los ciegos, los locos y los humildes, porque ellos serán los primeros en contemplar los milagros. Dos obreros, curtidos, con el alma y las manos endurecidas de una cal que ya formaba parte indisoluble de su piel, sus músculos y tendones. Gente ruda, de las que se funden la paga de la semana en una mala noche de viernes mientras sus mujeres, eternamente preñadas, esperan solitarias en míseras casas de adobe.

A los dos les temblaba la voz al contar la historia en el bar aquella mañana. Se quitaron las gorras al apoyarse en la barra y dejaron a la luz del sol dos calvas sudorosas y sonrosadas, casi gemelas. Después miraron nuestros rostros expectantes, tomaron el primer trago de vino y nos explicaron que habían empezado a levantar el viejo suelo de la parroquia y de ahí había surgido, esa era la palabra exacta, una estatua de la virgen.

El mayor de los dos, animado por los chatos de vino que no dejaban de llegar hasta sus manos a través de la barra, juraba una y otra vez que ahí no había nada. Cuando levantaron las tablas, explicaba, sólo estaba el polvo, acumulado por siglos y siglos de pasar feligreses por la tarima, que los cubrió por completo. Casi ciegos y tosiendo esperaron a que se asentase y entonces sí, allí había aparecido la más perfecta estatua de la virgen que habían visto en sus asenderadas existencias.

Ninguno de los dos supo explicar lo que sintieron ante el hallazgo, pero ambos salieron corriendo de allí sin necesidad de cruzarse una palabra. Una mezcla de miedo mezclado con algo más poroso que el propio miedo impulsaba sus piernas lejos de aquella efigie. Era la sensación de contemplar algo que rompe tu concepto del mundo, como si alguien hubiese dejado abierta la puerta de la cocina donde se creó el universo.

Esa fue la historia que nos contaron aquella mañana.

La primera autoridad en acercarse al lugar fue el cura del pueblo. Escuchó la historia, trazó cruces en el aire como si atrapase moscas y se arremangó la sotana para ir hasta la iglesia con todo el pueblo tras él en procesión.

Llegó al alto donde se encontraba la iglesia sofocado y maldiciendo los pesados ropajes de su oficio que no había tenido tiempo de quitarse y cruzó el umbral de la pequeña parroquia. Allí estaba, entre las tablas del suelo, una mirífica Virgen con el rostro lleno de dolor. No, no dolor, rectificó el cura mentalmente, era algo más, ¿incomprensión?, un sufrimiento inabarcable parecía cruzar su rostro. Mi hijo muerto, mi vida arruinada, ¿qué más queréis de mi?. Eso decía esa mirada.

Pero nada de eso atrajo la atención del capellán. Sus ojos, pequeños y escondidos en las cuencas, no dejaban de mirar una piedra preciosa, roja y ensangrentada que parecía palpitar entre las diminutas manos de la virgen en actitud penitente. Aquella joya, pensaba el clérigo, era una señal. El inicio de una nueva vida para él, ¿qué otra podría ser más que una señal divina?, un premio por todos los años de fiel servicio en aquel pueblo que no se ubicaba ni en los mapas y rodeado de seres que apenas eran un poco más inteligentes que una oveja.

El cura trago saliva, volvió a recogerse los ropajes y avanzo por la tarima que respondía con quejidos bajo su peso. Se arrodilló con un crujir de extremedidades ante la figura y extendió una mano regordeta y llena de anillos hacia la virgen.

Ni tan siquiera llego a tocarla, algo lo detuvo cuando estaba así de cerca. El cura se llevó las manos al cuello, los ojos por una vez parecieron querer tener vida propia mientras luchaba por respirar. Allí quedo muerto.

La iglesia permaneció cerrada. De nada sirvieron los ruegos y amenazas del obispado, nadie quiso volver allí. Las siguientes misas fueron dadas por el nuevo pastor, un tipo pequeño y delgado como un látigo, en las eras del pueblo o en el propio bar cuando el mal tiempo hacía volar los sombreros y las faldas de los penitentes.

Aquella iglesia había sido tomada por una fuerza de otro orden al que no espantaban ni los rezos ni el agua bendita. Había dejado de ser el territorio de las sotanas y los crucifijos.

Los siglos pasaron, el olvido lo lleno todo y el tiempo se encargó de pudrir lo que quedaba. Construyeron otra iglesia y la vieja se derrumbó sobre si misma, en silencio y de noche, como intentando no llamar la atención.

Algunos dicen que allí, entre los restos de la vieja iglesia, sigue la pequeña virgen rezando por todos nosotros, pero que ya no hay dolor en su rostro. En su lugar se muestra una especie de sonrisa que nadie sabe explicar.

18 Comments

  • Gabiliante

    Me gusto mucho eso que haces,( yo tambien lo hago cuando viene a cuento, con el prefijo “asi como diciendo…” de describir una cara, con lo que estaria diciendo cuando ponia esa cara.
    Cuidado con los “no mucho mas listos wue una oveja”, que cuando se trata de dinero la vasa cambia. Es como los chinos que no entienden lo que dices, hasta que se trata de dinero.
    ¿Ete relato es para el concurso de el tintero de oro?
    Saludoss

  • kasioles

    Si lo pretendías, lo has logrado, a mí me has dejado sin respiración por un momento.
    La ambición humana no tiene límites, ni respeta los cargos más representativos tanto para la fe como para la sociedad. Entiendo esa sonrisa de la Virgen.
    Tu relato es fenomenal, felicitaciones.
    Cariños y buen comienzo de semana.
    kasioles

  • Beauséant

    Muchas gracias, GABILIANTE, con el tiempo se aprenden ciertas formas de contar las cosas a las que se le toma cariño, ¿verdad? con menos palabras, más directas…
    Y tienes razón, el dinero nos vuelve a todos políglotas 🙂 , es sacar un billete y todos ven la luz… Sobre el concurso no tenía intención, la verdad, me desaniman mucho los concursos 🙂

    Gracias, KASIOLES, es un texto al que tuve que dar muchas vueltas para intentar explicar lo que quería, espero haberlo logrado, quería que esa sonrisa tuviese un lugar aquí… Un abrazo.

    Tienen mucho trabajo por delante, TORO SALVAJE, pero si alguien puede hacerlo es ellas, aunque no tengo mucha esperanza, si algo saben en las catedrales es sobrevivir a cualquier cosa que les pongan por delante.

  • Carmen

    Estupendo relato. Me ha encantado. Ojalá eso fuera cierto, una virgen dispuesta a impartir justicia, y se aplicara a tanta rapiña como ha hecho y sigue haciendo la Iglesia.
    Un abrazo 😊

  • mag

    Una historia incréible que bien podría ser la precuela de una larga historia donde el misterio y el crimen fueran de la mano (de Dios, nuca mejor dicho). Has llevado el ritmo perfectamente de modo que se puede visualizar cada escena y sentir cada pensamiento. El cura, creo, tenía ya la sentencia echada. Solo había que ver sus manos y atender a sus juramentos. Oveja descarriada de los senderos divinos 🙂
    Un texto que he disfrutado por completo., como todos los tuyos, y la imagen es preciosa, trabajada con gusto y con un mensaje muy ad hoc al texto.
    Un beso enorme.

  • Beauséant

    Viniendo de ti, EVAVILL, es todo un piropo lo que dices 🙂 Esa palabra me rompía un poco el ritmo, pero creo que es una palabra que define a la perfección todo lo que quería decir.

    El problema con las vírgenes, CABRÓNIDAS, es que nunca hemos escuchado su versión de la historia, siempre han hablado por ellas….

    No sé si quería justicia o simplemente estaba harta, CARMEN, pero sí, hacen falta más así, totalmente de acuerdo.

    Has hecho una buena analogía, MAG, entre las ovejas que despreciaba el cura y la oveja descarriada que era él mismo, no lo había pensado. Me alegra que te haya gustado el relato, me costo darle la estructura porque no tenía claro el inicio, sólo el final… Y el título, sí, es una palabra que siempre me ha gustado y que era lo suficientemente ambigua para poder encajar aquí… Un abrazo.

  • Luz

    Qué hermoso, lástima que no encuentro otra, palabra. Todo, por fin una imagen verdadera. Un relato soberbio y la foto… Uf, la luz.

  • Krudo

    Maravilloso, no son creyente pero me encantan ese tipo de historias, como la de la virgen del metro, acá en el pueblito donde radico se cuenta que la virgen que esta en la iglesia la habían llevado a otra iglesia por una equivocación y en la madrugada la vieron caminar entre las calles y se puso en su lugar, traía los pies hinchados y sangrando, era una delicia escuchar eso de niño que como tú historia me hizo quedar sin aliento un par de veces…

    Te dejo un abrazo apareciendo y desapareciendo…

  • Beauséant

    Hermoso es una palabra muy bonita, LUZ, no busques otra me la quedo 😉 muchas gracias por ponerla por escrito… un abrazo.

    Me pasa algo parecido, KRUDO, me gustan mucho esas historias, sobre todo cuando te las cuenta gente que ha nacido con ellas, que te las entrega como si fuesen algo especial… Y, como dices, más aún cuando eres niño y no has llegado a entender del todo el mundo de los adultos… Gracias por el abrazo, lo guardo junto con la palabra de LUZ

  • Beauséant

    Gracias, MUCHA DE LA TORRE, lo bueno de tener tantas personalidades es que siempre tengo con quien celebrar cumpleaños, entierros y días de los enamorados 🙂

    No aprenderemos nada, JOSÉ A. GARCÍA, eso te lo aseguro… y menos si se cruza por delante una piedra preciosa…

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