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La niña que contaba estrellas

la ninna que contaba estrellasLa niña que contaba estrellas ha crecido hasta convertirse en toda una mujer; un largo proceso sin memoria del que apenas había sido consciente, pero que le había dejado ante esa dulce rendición de quien ya no busca respuestas y acepta como ciertas e inmutables un puñado de ideas que tiempo atrás resultaron indefendibles.

Ahora trabaja en la gran ciudad, en un edificio enorme de cristal y hormigón junto a otras trescientas veintiocho personas que aporrean, como ella, otros trescientos veintiocho teclados grises idénticos. A pesar de estar allí encerrada más horas que en ningún otro sitio que recuerde, sólo diez de esas trescientas veintiocho personas saben su nombre, y apenas cinco de ellas algo más, muy poco más, de su vida. Están demasiado ocupados con sus extrañas tareas como para intentar hacerse preguntas. Nadie sabe lo que ocurriría si algún día dejasen de escribir sobre sus teclados grises, pero intuyen que debe ser algo terrible y por ello se entregan con abnegación a sus pequeños trabajos.

Al caer la noche emprende el camino hacia las afueras. Tirada en el último vagón acalla el grito de su corazón repitiendo como en una letanía creada para espantar a los monstruos del armario que se encuentra en el camino correcto, el camino duro pero recto que acabará en algún sitio. Imposible conocer el donde o el cuando, pero será algún sitio, eso seguro.

Siempre se llega a alguna parte si se camina lo suficiente.

A su alrededor la ciudad se va desmoronando, los edificios cada vez se encuentran más distantes y son más bajos, apenas un boceto de las grandes torres que ha dejado atrás. Entre los huecos de los bloques de viviendas se ven coches abandonados y, entre ellos, niños que escalan y luchan sobre los restos quemados. Aún no comprenden que la vida es una lucha continua, pero de alguna manera ya se preparan para un combate que durará tanto como sus existencias.

Siempre llega a casa con la cabeza gacha, sintiendo como la arena del reloj que son todas las vidas, recorre sus entrañas en un mudo reproche. Por eso, en cuanto escuchamos el ruido de la cerradura, corremos hacia la puerta y esperamos entrenando nuestras mejores poses de indiferencia. Siempre nos saluda en orden, primero al macho enorme y atigrado que recogimos hace tres meses y a mi en último lugar. Pero no me importa esa jerarquía porque siempre guarda las mejores caricias para mi.

Me levanta del suelo por las patas delanteras y me frota el hocico con su nariz mientras me habla con palabras sencillas. Noto el olor de su tristeza mezclado con tabaco y sudor. Es fácil adivinar que ha tenido otra de esas reuniones eternas donde un montón de gente intenta hacerse indispensable a costa del trabajo de otros.

Ella me repite un montón de cosas bonitas y yo me limito a bostezar, no es bueno que nuestros humanos sepan lo mucho que nos preocupan, pero cuando me deja en el suelo juego un rato con los cordones de los zapatos porque sé que eso siempre le arranca una sonrisa.

Después de cenar, ella se queda un rato mirando por la ventana. Cada vez pasa más rato en esa posición, con los ojos fijos en un paisaje sucio y sin gracia de luces supersónicas y sombras fugaces que siempre parecen estar de paso. Pero ella no se fija en nada de todo eso, sin decir nada, casi sin respirar, espera que alguien le entregue las alas que le permitan dar el salto definitivo.

6 Comments

  • Vanessa

    Adoro los animales. Tengo dos perras y cuando estoy triste ellas también lo están. Siempre intuyen lo q nos pasa, y sin preguntar nada se mantienen a nuestro lado. No les importa la razón.
    Me ha gustado mucho y me ha recordado algo de mí.
    Besoss

  • virgi

    Un animal de compañía puede regalarnos grandes cosas, su lealtad es tiernísima y su intuición mayor que la de muchos humanos.
    Besos besos

  • Lydia

    Rehenes, robar.. cada vez te siento más al filo de la ley.

    Ha sido una delicia leer tu último texto. Llevas razón, la foto habría congeniado bien. Aún estás a tiempo 😉

  • Beauséant

    A veces, Vanessa pienso que le damos cualidades a los animales que no tienen, pero luego les ves hacer ciertas cosas y siempre me queda la duda de que pasará por su cabeza. Por eso cambié el final de la historia, para poner dos animales domésticos.. Para hacerles un pequeño homenaje, Virgi, no descarto que algún día puedan leerme 😉

    Na, que nos hacemos viejos, Lydia y cada vez estamos un poco más frustrados y cabreados, pero no iremos a ningún sitio. Gracias por el ofrecimiento de la foto, pero por cuestiones variadas siempre hemos optado, para lo bueno y para lo malo, por contenido propio. Así, cuando nos hagamos ricos con esto, no tendremos denuncias 😉 (pero gracias, de verdad)

  • Irene Comendador

    A esto te referías con el parecido de mi relato con el tuyo, mmm… interesante cómo las mentes se puedes poner en contacto. Me ha encantado el relato, la fuerza que desprende esa pobre humana en un mundo de no tan humanos, con la alegría de saber que, aunque solo sea en la compañía de un animal, encuentra alguien en casa que la quiere y espera. Grande la historia, y por degracia, repetida demasiadas veces en el mundo real.
    Un besote y gracias por la lectura, me arrancaste una sonrisa, como si jugaran con mis cordones, aunque la historia sea triste, siempre queda esperanza de que alguien nos rescate.
    MUAKAAAAAAAAAAA

  • Beauséant

    No sabia si ponerte ese comentario, Irene, porque parecía una invitación descarada, pero me resulto curiosa la línea que habías trazada. Como si nos hubiésemos puesto de acuerdo en hablar de lo mismo, y lo hubiésemos hecho con las mismas ideas en la cabeza..

    La esperanza del rescate es algo que no debemos perder, pero tampoco debemos esperar que ese alguien que lo haga seamos nosotros mismos… Lo digo por no esperar demasiado algo que quizás no aparezca…

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