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derribo

El chaval me señala con un dedo regordete la página veinte del atlas, justo encima de una foto borrosa de unos niños negros con pinta de haberse instalado en una habitación sin vistas en el lado chungo del mundo. ¿Esta gente es pobre?, me pregunta.

Miro sus cuerpos entecos y desnudos, las chabolas precarias al fondo, y le digo que sí, que son jodidamente pobres. El niño asimila la respuesta, asiente con la cabeza y avanza dos páginas, el cabrón parece un mago a punto de descubrir su truco. Ahora estamos ante una página llena de gráficos y datos y otra foto, esta de un puñado de diamantes sobre fondo rojo.

Sin embargo, los diamantes valen mucho dinero, ¿verdad?

Sorprendido por lo bien que ha trazado la línea invisible entre las dos fotos, asiento y espero la inevitable siguiente pregunta: Entonces, ¿por qué son pobres?

Intento ganar tiempo y apuro la lata de cerveza que descubro, con horror, vacía. Le miro a los ojos y en ellos leo que no quiere mentiras, que no se las merece, esta vez no. Verás, digo, en algún momento las personas que dirigían a los padres de esos niños, sus gobernantes, cambiaron todos esos diamantes a cambio de hambre y sed…

Siento un golpe entre las costillas, y veo a mi hermana interponerse entre su retoño y mi cuerpo mientras me susurra entre dientes un imbécil que encierra mucho más desprecio del que cabe en una palabra tan pequeña. Le quita el atlas de las manos al chaval y le pone un puñado de plastilina. ¡Vamos a hacer un tigre precioso!, grita con entusiasmo.

Mi hermana piensa que si cierras mucho los ojos y no haces ruido, el mundo real pasará a tu lado sin molestarte.

En la cocina mi madre prepara la comida con movimientos precisos aunque su mente vaga lejos de la pequeña habitación. Aún no sabe como decirnos que tiene un amante y que muchas noches se despierta llorando. Por desgracia ningún vendedor de flamante sonrisa y zapatos de piel de caimán se acerca a nuestra casa para ofrecernos el atlas de las emociones humanas. Edición de lujo y en color, mire que acabados.

Cojo dos cervezas de la nevera y le alcanzo una a mi padre que se encuentra en el salón volcando su ira sobre el tipo trajeado del telediario. La recibe con un agradecimiento mudo y mira con reproche la que llevo en la mano, dejándome claro que lleva la cuenta. Pero no me dice nada, mi padre ha dejado de opinar sobre el mundo real.

No siempre ha sido así, mi padre antes creía en dioses, patrias, banderas y en los frutos del trabajo duro. Hasta que un día sus piernas le fallaron, como si de repente hubiesen desaparecido, y se precipitó al suelo sin entender nada. Tranquilo, le dijeron, le operarán nuestros mejores médicos y no le faltara de nada. Dos años después apenas puede andar diez pasos sin caerse redondo al suelo, y esos mismos médicos siguen mirando las placas y las radiografías mientras se comunican con murmullos y mueven sus doctas cabezas.

Cuando has visto a tu padre llorando en el suelo de pura impotencia, dándose puñetazos en las piernas intentando levantarse, tampoco es que una cerveza más o menos importe mucho, ¿Verdad, papá?

Salgo a la terraza en busca de aire, pero me recibe el inicio del verano y el descampado al otro lado de la calle donde los niños juegan entre los coches quemados con palos y pistolas de attrezzo entre las manos. Aún no lo saben, pero se están preparando para el asalto final: igual que los cachorros de tigre se arañan y muerden como preludio de las presas que tendrán que abatir, los chicos de mi barrio empiezan a intuir que sus vidas tendrán mucho de huida y desesperación.

Vuestro será el futuro, pero no el futuro brillante de los coches voladores, el sexo aséptico y la tele en tres dimensiones, sino el futuro en llamas de las ciudades destruidas y los coches polvorientos cruzando un desierto nuclear.

Parece que alguien hubiese colgado un cartel de cerrado por derribo sobre nuestras vidas y nosotros, que lo intuimos como ratas que huelen el huracán, seguimos con nuestras vidas como si nada fuese a suceder. Reduciendo los días a un control de daños que no es otra cosa que que ir tachando días del calendario y esperar el momento en que alguien girará el interruptor rojo y todo saltará por los aires.

Visto así una cerveza de más tampoco es como para preocuparse, ¿verdad, papá?


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7 Comments

  • lademarbella

    Excelente!!!. La descripcion de la hermana que piensa que cerrando los ojos…….lo dice todo en el relato.
    Adoro la cerveza por lo que en ningun caso, y menos en éste, está de mas. Envidio tu soltura con las letras, mucho, muchisimo. Besos

  • virgi

    Eres un portento pintando panoramas desolados. Y lo triste es que ya ni va siendo algo de cómics futuristas, sino de aquí y ahora.
    Me ha parecido excelente.
    Mucho.
    Un beso.

  • Vanessa

    Como dice una canción de Sabina: “que el calendario no venga con prisas,
    que el diccionario detenga las balas,…que el fin del mundo te pille bailando”…y si es con una cerveza mejor, ¿verdad?
    Besoss!

  • MO

    Qué grande Sabina (dicho sea de paso).

    A mí mi sobrino con 4 años me preguntó que por qué tenía que esperar dos (jodidas) horas para poder bañarse después de comer en la piscina. Cuando solté aquéllo de “corte de digestión” ya supe de inmediato que la había cagado, claro:

    “Y…, ¿qué es un corte de digestión?”.

    En fin, que si lo llego a saber antes hubiera cerrado mucho los ojos justo en ese momento.

  • Beauseant

    Nadie lo dijo, es cierto Duquesa de Katmandu pero, joder, por una vez podría ser así, ¿no?

    Me hacía ilusión meter un contrapunto, pero no sabía si quedaría un poco forzado. Me alegra que no haya sido así, lademarbella 🙂

    La verdad, virgi siempre pensé que acabaría escribiendo ciencia ficción pero, poco a poco, me he ido defendiendo mejor con estas cosas intermdias.. Muchas gracias.

    Gracias, Dr. Espinosa mientras no sea auto retrato todo va bien, ¿verdad?

    Sabina, para mi gusto, tiene alguna de las mejores canciones en español, y algunos de los ripios más forzados de la historia 🙂 Pero creo que le perdono todo, venga, otra cerveza Vanessa.

    Cuando ves el mundo con los ojos de un niño MO te das cuenta de lo absurdo que puede llegar a ser, y de como hemos aceptado casi todo sin hacer preguntas..

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