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un canto de libertad


el canto
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El hermoso ruiseñor entona una bella melodía que es aplaudida con entusiasmo por los humanos situados en corrillo al otro lado de los barrotes. Algunos premian al artista con golosinas que dejan caer por la reja en pequeños trozos que el ruiseñor mira con desdén sin abandonar su canto, por más que ansíe lanzarse sobre ellos. Si algo ha aprendido de los humanos es que no debe demostrar demasiado interés por nada porque entonces ellos encuentran divertido arrebatártelo.

Por eso sigue cantando como si eso fuese lo único importante, y lo sigue haciendo incluso cuando los humanos hace ya rato que se han marchado al interior de la casa y le han dejado a solas en la terraza.

Apenas si se ha fijado en el puñado de gorriones, grises y pequeños como volutas de humo escapadas del infierno, que se han posado en las ramas de un árbol cercano entonando una orquesta desafinada de gritos y chillidos. Saltan de una rama a otra en una especie de juego o de extraño ritual. Parecen intentar superarse en sus giros: llegar más alto, caer más rápido, romper el aire con sus agudos lamentos.

El ruiseñor los mira con desprecio mientras picotea la comida dándoles la espalda. Me tenéis envidia, dice finalmente levantando la cabeza sin dirigirse a nadie en particular. Me tenéis envidia, repite. Mi canto es hermoso y vuestro plumaje parece aún más sucio y gris al lado de mi esplendor. Eso último lo dice ahuecando las alas para que todos puedan apreciar los destellos azulados y amarillos de su pecho.

Los gorriones parecen ignorarle y siguen danzando en el aire como si nada hubiese pasado. De repente, uno de ellos se desvía de las ramas y emprende una caída suicida que le lleva a posarse en la jaula balanceándola peligrosamente.

El pequeño gorrión clava sus diminutos ojos llenos de furia sobre el ruiseñor que ha retrocedido asustado hasta un rincón de la jaula.

Qué envidia puede darnos alguien como tú, escupe, si tu música esta hecha para estrellarse contra unos barrotes, mientras nuestros gritos son un canto de libertad.

el canto

4 Comments

  • Borja F. Caamaño

    Muy buen relato que, bueno, me ha dado que pensar en cuanto a cómo vivimos y a cuanto creemos poseer… aunque resulta que al final nuestras posesiones son las que nos poseen.

    Volveré…

  • Marisa

    Sé que el texto simboliza la arrogancia de los presos que somos, pero me enterneces mucho esta historia de pájaros entre barrotes. Nunca he comprendido que a alguien le guste tener un pájaro preso en una jaula, salvo porque son el espejo de nuestra propia esclavitud. Es horroroso. Les quitan parte de las alas para que no puedan volar. Sí, son el espejo de nuestras mentes enfermas.

    Y me trae una canción especialmente tierna y bonita de Joan Baptista Humet, que dice, entre otras cosas -copio-

    “Te necesitan para iluminar
    de alguna forma sus paredes pálidas,
    frías e impávidas
    que ni han llorado
    ni saben soñar,

    No cantes, no cantes
    van a creer que los mencionas en tu trino
    que les quieres
    que les debes su cariño”

  • Beauséant

    Me ha encantado el comentario, Marisa, muchas gracias… no conocía ni la canción ni el cantante y es muy hermoso lo que dice.

    Opino igual, un pájaro no ha nacido para los barrotes, da igual lo que pensemos. Supongo que sí, que dice mucho de nosotros esa actitud

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