seremos eternos
Ella buscaba al último tipo que le hizo daño y ha llegado hasta mi cama. No pasa nada, me dice, esta vez todo será distinto.
Se quita la ropa despacio en un ritual que tiene siglos de antigüedad y se sitúa encima de mi aplastando mis hombros contra el colchón.
Me gustaría pensar que cuando nos conocimos, hace unos meses en uno de los controles de población, ninguno de los dos lo había planificado. Que la nuestra era sólo una de tantas historias que nacieron para no ser contadas, pero que acabo siendo algo más grande que nosotros mismos por intervención del puro azar, el destino o la mala suerte.
Ella quería volver a vivir en el cinturón de grandes torres cuya sombra se proyectaba vigilante desde cualquier esquina. En cada barrio, en cada edificio atestado o a la salida de las grandes fábricas, esa umbría nos recordaba con mucha mayor precisión que los controles o los monitores de las calles la omnipotencia del sistema.
Esos inmensos rascacielos eran el área gris que figuraba en todos los mapas como el área metropolitana, y sólo con ese nombre ya nos recordaban lo poca cosa que éramos nosotros en comparación con el Olimpo de los elegidos. Ellos, los que gozan de electricidad a cualquier hora y de agua caliente con tan sólo abrir un grifo y nosotros, los que padecemos enfermedades ya erradicadas y hacemos largas colas para justificar y contabilizar nuestras míseras existencias.
Ella quería volver al paraíso perdido y yo era la pólvora mojada de su última bala. Me explica el plan mientras limpia los filtros para depurar el agua del desayuno. Allí, en las torres, hay restaurantes que te sirven a cualquier hora zumos y comida de verdad, nada de la basura preprocesada y las píldoras con vitaminas que tomamos todos nosotros. Lo sabe porque fue uno de los pocos elegidos que pudo vivir en aquella Arcadia de cristal y hormigón.
El precio de aquel sueño dorado fue empeñar su vida en trabajos de los que nunca quiere hablar y que le dejaron un reguero de cicatrices que cada noche recorro en la penumbra de nuestra habitación. Algunas con forma de profundos surcos, otras pequeñas y abultadas como pinchazos epidérmicos.
Cuando recuerda todo aquello su gesto se muda en una expresión sin tiempo ni edad, y se lleva, en un gesto mil veces repetido, la mano hasta el cuello. Hacia la llave software que cuelga de el. Es algo más que una llave metafórica, porque en su interior pululan un puñado de ceros y unos formando las contraseñas de todas las grandes compañías para las que había trabajado en esos años.
La última parte del plan soy yo, pero sólo si logro terminar de montar la Puerta que ahora mismo son un puñado de cables desperdigados por el suelo y conexiones a medio hacer. Cualquiera podría diseñar una Puerta siguiendo las especificaciones de los manuales, incluso en algunos centros de enseñanza hacen versiones casi operativas de una. El verdadero problema es hacer una invisible cuando accedes al Sistema.
Es difícil precisar cuando cambiaron las cosas, pero en algún momento los gobiernos, cada vez más débiles y corruptos, fueron cediendo el terreno a las grandes corporaciones. Primero el terreno físico, levantando imponentes moles de hormigón y desplazando cantidades ingentes de personas cada vez más lejos de las ciudades. Después el terreno intangible, lo que entonces se llamaba la Red, el Sistema, en el que impusieron sus propias reglas, mero reflejo de un mundo físico que ya controlaban, y lo convirtieron en su terreno de caza. El lugar donde nos identifican y cosifican para convertirnos en estadísticas; cuando juntan muchas las transforman en una tendencia, y una tendencia es algo de lo que ellos siempre logran sacar dinero.
Hace unos diez años habría sido sencillo clonar una puerta, conectarse al sistema y cambiar de id cada pocos minutos, a nadie le importaba. Pero ahora es casi imposible: hay controles y puntos de revisión en cada conexión. No hay manera entrar o salir sin dejar al menos una docena de rastros, pero ella confía en mí, repite cada vez que me ve mover la cabeza escondido bajo la maraña de cables.
Se aferra a un ingeniero acabado con idéntica fe con que lo hace en su colgante, y yo la miro, y veo tantas cosas que pueden salir mal en su plan que ya he dejado de hacerme preguntas.
Ella quiere golpearles en el único sitio que les duele: quiere volatilizar su dinero en un número de magia que nadie ha intentado antes.
A una hora concreta del día menos pensado, una pequeña piedra quedará atrapada entre sus engranajes y hará saltar por los aires un sistema que creímos inmortal. Miles de transacciones económicas desperdigadas por todo el globo entrarán y saldrán de miles de cuentas de todas esas grandes corporaciones. Algunas recibirán mucho, otras quedarán en la ruina, y nadie, ninguna de ellas, querrá devolver el dinero, porque el dinero es la sangre que las mantiene en marcha. La razón última de su existencia.
La consecuencia de todo eso será una guerra a una escala que no podemos ni imaginar. Las corporaciones tirarán de sus hilos y los gobiernos cómplices, atados en el extremo, harán sonar los tambores de guerra e izarán la bandera de la patria en su defensa entonando una coreografía tan vieja como la raza humana. Siempre la patria, siempre las banderas.
Ella sabe todo eso y me lo cuenta mientras sonríe y mueve las manos creando y derribando, aplastando y golpeando. Me dice que ya no importa, que nuestra última oportunidad fue hace mucho y no supimos aprovecharla. No nos merecemos un segundo intento.
Si lo logramos seremos eternos, ¿no lo ves?
Abre los brazos desnuda ante mi y susurra entre la penumbra que seremos los ángeles destructores de mundos. Los hijos de la ira, cansados y hartos de esperar, rebelándose contra sus padres. Porque, ¿qué alternativa tienen los hijos cuando los dioses han muerto y ya no pueden creer en sus progenitores?
Sólo la ira, la muerte de todo lo que nos es conocido con la débil esperanza de un nuevo renacer. No para nosotros, que es casi como si ya estuviésemos muertos, sino para todos los que vendrán después.
Lentamente tapa cualquier réplica posando su mano sobre mi boca, y sin dejar de hablar acopla suavemente su cuerpo sobre mi pene erecto.
10 Comments
virgi
Moebius te quiere de guionista, si lo sabría yo!
Excelente panorama, amor a pesar de todo.
Mi aplauso
GGM
Brillante. Y para nada futurista, y para nada ficción.
Me ha encantado, tiene mucha fuerza.
Y ‘¿qué alternativa tienen los hijos cuando los dioses han muerto y ya no pueden creer en sus progenitores?’: me apunto la frase.
Juliette.
Buenos días, Beauséant.
Siento la tardanza por estos lugares, pero me voy poniendo al día.
Me ha parecido genial el escrito, y en cambio por todo lo contrario a lo que menciona GGM. Me parece que lleva un poco lo futurista – o por lo menos me lo ha hecho sentir así -, ¡y no es nada fácil! A parte de una historia de amor metida en la política de ahora.
Un saludo. ¡Y siento la tardanza!
Beauseant
Y a mi, virgi me encantaría que me contratase, es más, lo haría gratis 🙂
El futuro GGM es lo que tiene, que a la semana de pensarlo se convierte en una realidad. Por eso siempre intento no dar fechas ni demasiados datos, me gustan esos futuros suspendidos difíciles de ubicar en una fecha.
La frase es todo tuya, será un placer verla crecer en otros lados 🙂 Al principio pensaba que estaba metida un poco con calzador, pero al leerla un par de veces decidí que tenía que estar ahí.
Es un placer Juliette nada de obligaciones, claro 😉 Supongo que GGM lo decía un poco como contrapunto, como que esos futuros cada vez parecen más reales, ¿no? Me gusta hablar del mundo actual desde el mundo futuro, y me alegra que te haya gustado, es complicado cogerle el ritmo…
la chica triste de la parada de autobús
Saludos, Beaux 🙂
Hacía mucho, demasiado, que no pasaba por aquí. Como siempre no me ha defraudado. Como siempre me he preguntado cómo es posible que nadie haya descubierto aún este talento y haya hecho algo por publicarlo en papel.
Saludos y abrazos desde Norteña, prometo intentar no ausentarme tanto esta vez 🙂
Juliette.
Mirándolo desde ese punto de vista, Bauseant, ¡pues sí!
Y nada de obligaciones. Pasearse por aquí es mero placer.
Un beso. :*
Beauséant
Me he acordado mucho de ti, chica triste, pero soy muy respetuoso con las desapariciones y los silencios.. Me alegra saber que siempre hay un rastro de miguitas que lleva hasta aquí… Intentaría buscar una editorial, pero no acabo yo de verlo 😉
Siempre aprendo mucho con los comentarios, Juliette 🙂
Lessie C. Byers
Utilice su usuario de Facebook y vea lo que sus amigos están leyendo y compartiendo.
gold price
Y sus miradas se encontraron, pero ella ya no sentía nada; orbes gélidas, taciturnas, agotadas de pensar, de esperar. Para él, un momento muy largo, estériles segundos que parecían perennes; ella desvió la mirada, una conversación pueril y una sonrisa socarrona enmascaraban, de las percepciones ingenuas, aquella frialdad. Él, raudo y lleno de temor, esquivo a un nuevo encuentro; su corazón palpitaba de emoción exhausta, por aquel frío y sempiterno pesar. Ellos se aman, pero hay formas horribles de amar.
gold price
Sólo sus risas se escuchaban en el bosque, tan felices que parecÃÂa que el tiempo se paraba bajo sus dulces voces, inundando de felicidad y vitalidad cada rincón por el que pasaban.