entre un golpe y el siguiente
Antes las cosas era más difíciles pero más sencillas.
Repite esa frase al menos otro par de veces mientras se asoma por la barandilla y me traza una geografía de una ciudad desconocida para mi. Allí había fábricas, dice, talleres y un enorme cine donde ahora vemos un hotel para ejecutivos ajetreados. Recorre con la mano el paisaje y todo parece cubrirse por una pátina de quebradizo blanco y negro. Antes las cosas eras más duras, pero más sencillas, concluye otra vez dejando el final de la frase en suspenso.
Me alcanza un refresco que saca de una neverita portátil a sus pies y me dice que me lo tome con calma: ella saldrá en cualquier momento y podremos marcharnos a disfrutar de la tarde de Viernes.
Cuando se sienta de nuevo en la silla lo hace con muchas maniobras y un infinito cuidado. En algún punto de esa fotografía en blanco y negro que acabamos de recorrer su pierna quedo atrapada bajo una columna de dirección, un cigueñal o algo increíblemente pesado perteneciente a un camión de cuatro ejes. Cuando pudo volver a trabajar, tras un rimero de operaciones, le sacaron de la línea de montaje para ponerle al frente de las oficinas donde se enterró entre montañas de papeles sin clasificar.
Más tarde, en esas mismas oficinas, tendría un ataque al corazón que no le mato pero le arrebató la bebida, el tabaco y y le otorgó una prejubilación directa a esta terraza del octavo piso donde pasa el tiempo bebiendo cervezas sin alcohol, masticando unas raíces amargas con forma de palito que cuelgan de su boca y contemplando una ciudad que ya no existe, o que quizás sólo existió en su imaginación.
Me cuenta que hace unos años volvió a encontrarse con el contratista de la factoría y brindaron por los viejos tiempos en la fábrica y en el ejército. La ciudad, agotada, se hundía sobre si misma y un puñado de amarillos en la otra esquina del mundo levantaban sus fauces hambrientas, retando al nuevo viejo mundo con sus flamantes fábricas recién construidas y su mano de obra barata. Debimos matarlos cuando tuvimos la oportunidad, fue lo último que se dijeron antes de despedirse con un apretón de manos.
El viejo intuía cercana la muerte y tan sólo quería sentirse útil haciendo lo que mejor sabía hacer: camiones. Enormes tráilers de cuatro ejes que cruzaban el país rugiendo en carreteras desiertas. En cada uno de ellos, hasta en el condenado que me destrozo la pierna, había algo mío.
Algo de lo poco bueno que he hecho en la vida.
Cuando su mujer y su hija supieron que quería volver a la fábrica corrieron revoloteando como gallinas cluecas y le trajeron de vuelta a aquella terraza. El médico y ellas lo tuvieron claro desde el principio: cuando tienes un ataque la vida queda suspendida en una larga espera hasta que llega el siguiente. Y hasta entonces sólo puedes ir componiendo una barricada de cervezas vacías y días perdidos.
Atrincherado en espera del próximo golpe.
A veces teníamos suerte: nos lanzaba con un guiño cómplice las llaves del coche y sabíamos entonces que ella podía volver un poco más tarde. Nos acercábamos a los centros comerciales situados en las afueras de la ciudad y allí, perdidos entre una masa indiferente, apenas éramos dos puntitos más brillando sin fuerza, pero nos sentíamos tan únicos y especiales como si alguien hubiese encendido una estrella con nuestro nombre y cada noche vigilase que siguiese encendida.
El final de nuestro recorrido siempre acababa en los cines. Reuniamos algunas monedas y mirábamos la cartelera mientras ella fingía poner las poses y los gestos de sus actrices favoritas. Nunca la vi tan hermosa como en esos breves instantes.
La vida era ya entonces una larga espera entre un golpe y el siguiente, pero entonces no teníamos forma de saberlo. Un día, esta ciudad que tan bien conocíamos, nos resultaría extraña y amenazadora, un recuerdo fugaz de tiempos mejores. La vida cómoda y tranquila que entonces veíamos como una consecuencia lógica a nuestros esfuerzos acabaría por ser una lucha constante contra algo que ni tan siquiera podíamos intuir.
Creo que aquel viejo de la terraza, al lanzarnos las llaves del coche, quería decirnos que todo eso llegaría, y no podríamos hacer otra cosa para posponerlo que acumular un buen puñado de recuerdos para ir quemando cuando llegasen las noches frías. Las noches en que el viento susurraría nuestro nombre y acumulásemos un sinfín de horas perdidas en una terraza en espera del siguiente, y quién sabe si definitivo, golpe.
Antes las cosas era más duras pero más sencillas.
Pero ya no habría nadie para escucharnos.
6 Comments
virgi
Es precioso.
Y de verdad vuelvo a decirte que escribas guiones de cine. Lo veo, lo veo.
Cautivador, muy sugerente y hasta mágico.
Me encantó. Montaña de besos.
Juliette.
Deja de ser sencillo cuando nadie queda para escuchar, y que duro.
Me ha encantado la forma de describir sus posturas, en la silla, en el cine…
Y ya, que me he paseado por aquí – una vez más -, he de darte las gracias por hacerlo en mi rincón de caracoles. Tus palabras me cautivan, y todo lo que escribo, lo rematas con tus comentarios. De verdad que me llenan, es todo lo que quiero decir, pero breve y conciso.
Gracias y bravo por esto.
Un beso.
Vanessa
Me imagino que en eso consiste la felicidad, en acumular momentos especiales y recordarlos cada vez que queramos. Lo malo es ,cuando entre golpe y golpe, no hay ningún momento especial.
Besoss
Beauséant
Gracias, Virgi, me encanta empezar la semana leyendo estas cosas 😉 Siempre me ha gustado la forma de contar historias que nos da el cine…Por eso, Juliette intento no dar demasiadas descripciones, que sean los que protagonizan la historia quienes nos cuenten como son, otra cosa es lograrlo, claro 🙂 … Me alegra que mis comentarios no estropeen las cosas, siempre los pongo con miedo 🙂
Es un mecanismo de supervivencia, Vanessa, recordar las cosas mejores de lo que fueron, para irlas quemando como si fuesen troncos de leña en las noches de invierno…
Juliette.
¡Qué te voy a contar! Si has juntado dos contestaciones en una misma.
Me seguiré pasando por aquí, ya que da mucho gusto. Y tranquilo, a veces hay que saber o pensar lo que va a decir uno antes de actuar, pero no con miedo. Me gusta que sigas paseándote.
Un beso.
Beauseant
Un placer Juliette, nos vemos..