leer,  mirar

días borrados

dias borrados» misoginia: aversión u odio a las mujeres
» misandría: aversión u odio a los varones.
» adrofobia: miedo a los varones
» misantropía: aversión u odio a la humanidad.

Sigo el recorrido de su mano mientras termina de escribir las tres definiciones en una pizarra blanca, impoluta, con su letra alambicada y bonita. Es fácil imaginárselo pasando horas, una infancia entera, practicando la letra hasta poder mostrarla con orgullo ante sus progenitores. Es de esas personas que necesitan irse construyendo desde fuera hacia dentro, que buscan el aplauso y la palmada de extraños para no tener nunca que buscar su propio camino.

Cuando termina recoge el rotulador sobre su caperuzón, lo posa sobre la repisa de la pizarra y me mira con una enorme sonrisa de gato de Cheshire.

¿qué le parece?

Comprendo que debe llevar un rato hablando antes de escribir todo eso en la pizarra y que todo debe formar parte de un discurso más elaborado que me he perdido. Algo sobre mi, sin duda, sobre los pasos que he dado, el lugar hacia el cual me llevaron y todas las lecciones aprehendidas en ese camino.

Recuerda, siempre se llega a algún sitio si caminas la suficiente.

Necesita una respuesta y ninguno de los dos se marchará hasta que la obtenga. Miro una y otra vez la superficie de la pizarra buscando alguna pista, el significado oculto que me lleve de vuelta al tipo de la bata blanca y la sonrisa siniestra. Es la única forma de tenerlos contentos y que te dejen en paz: seguir sus juegos, asentir a todo y responder las respuestas que los libros les han dicho que deben esperar de todos y cada uno de nosotros.

Creo que existen demasiadas formas de odiarse en este mundo, digo finalmente.

Recoge de nuevo el rotulador y se queda a medio camino de la pizarra, a punto de escribir algo más, pero cambia de opinión en el último instante. Parece decepcionado mientras vuelve al escritorio y garabatea con gran cuidado en una par de hojas que tiene sobre la mesa. No son más que un puñado de líneas dentro de una enorme carpeta que lleva escrito mi nombre con una caligrafía bastante más vulgar, una caligrafía de oficinista aburrido.

Cuando regreso por los estrechos pasillos hacia mi habitación, la celadora me abraza durante un instante interminable y me ahoga con un aroma a lejía y guantes de latex. Yo intento responder al abrazo, pero sólo me sale un gesto mecánico y superficial. Posa dos besos húmedos en mis mejillas y me dice lo mucho que se alegra de ver mis progresos, me dice que pronto estaré fuera y podré realizar todos esos grandes planes de los que tanto hemos hablado.

En mi habitación me espera una enorme pared blanca y en medio de la cama una isla con forma de maleta a medio hacer. También veo una pequeña mesa con una libreta en la que alguien, probablemente yo, ha escrito un número de teléfono y una dirección. Me hubiese gustado ver alguna foto, cualquier cosa que pudiese usar de ancla para poder recomponerme de atrás hacia delante.

Cierro maquinalmente la maleta y me siento a su lado contemplando la inmensa pared sin huellas.

No puedo dejar de preguntarme cuáles serán esos grandes planes que me esperan allí fuera.

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