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la gran depresión

Hay una paloma muerta en el sitio donde nos escapamos para fumar. Me he fijado en ella cuando he descolgado el extintor con el que sujetamos la puerta metálica que nos separa de la azotea. Parece que le hubiese dado un ataque en pleno vuelo y hubiese intentando un aterrizaje de emergencia porque tiene la cabeza desaparecida bajo el cemento y el culo en pompa en lo que, supongo, sería un inútil intento de corregir el rumbo.

Los dos la hemos visto, pero la contemplamos sin decir nada envueltos entre el humo de los cigarros y un respetuoso silencio. De alguna manera sé que ambos pensamos que esta de aquí no sólo es la muerte fútil, y a su modo hermosa, de otra fuente de vida basada en el carbono. Es una jodido mensaje a todo color que resume de manera perfecta la gran depresión en que hemos convertido nuestras vidas.

Gastaremos cantidades absurdas de dinero en fingir que queremos encontrar respuestas a todos nuestros problemas; abrazaremos a cualquiera que nos prometa soluciones rápidas e indoloras para ellos; buscaremos formas de huir de nosotros mismos para acabar justo en el punto de partida… Y al final, justo al final, cuando te rindes y dejas de mover las alas porque hasta eso de seguir vivo ha dejado de tener sentido, justo en ese instante, comprendes que no estabas deprimido: sólo era tu vida, que era una puta mierda.

Y esa vida, escapándose entre todos los ángulos muertos que no vimos y los saltos que nunca dimos, al final, era lo único importante. Lo único que de verdad valía la pena conservar: tu única y más preciada posesión. Pero para cuando quieres intentar recuperar el rumbo ya es tarde, tu cabeza se aplasta contra el cemento y un enorme fundido en negro deja paso a la palabra fin impresa sobre la pantalla.

A mi lado él sigue fumando en silencio. Nunca he sabido nada del sitio donde trabaja, sólo que los dos elegimos el mismo sitio para fumar y de vez en cuando nos encontramos aquí arriba, acodados sobre la barandilla calibrando como sería una caída desde esta altura. Siempre lleva el mismo tipo de traje, negro y con un corte antiguo, unos gemelos de oro en las mangas y un zippo mellado y sin brillo con el que alumbra los cigarrillos. Una vez le pregunté donde trabajaba y él se limito a encogerse de hombros y señalar por allí, en dirección a cualquiera de las 30 plantas y los dos edificios que nos rodean.

Alrededor de la paloma muerta se reúnen sus compañeras que picotean el suelo ajenas a ese destino que tarde o temprano harán suyo. El cuerpo caído comienza a tener ese aspecto de cosa amorfa e indistinguible que empieza a ser asediada por los heraldos de la muerte en forma de pequeños insectos y moscas, pero el resto de palomas hacen increíbles esfuerzos para no prestar atención alguna al mensaje en technicolor, algunas aprovechan incluso para picotear voraces e incansables las hormigas y demás insectos que acuden al hedor de la calabrina. Se han convertido en pequeñas y estúpidas avestruces, seguras y confortables en su ignorancia sabiendo que aquello que no ves no puede hacerte daño.

De alguna manera siento que ese gesto tan sencillo nos debería hacer recuperar la fe en nuestra raza. Estúpida, ciega y autodestructiva, cierto, pero tan conocedora del poder de la muerte que ha llenado de rituales ese paso que todos daremos y al que nadie ha sabido buscar una explicación. Quizás, esa presencia tan cercana y constante de la muerte, sea el impulso necesario para ser un poco mejores cada día quizás, concluyo para mi mismo, de existir alguna esperanza para nuestra raza se encuentre en esos pequeños detalles: en ser conscientes de nuestro irremediable final y luchar cada día contra ello. No contra la muerte, sólida e irremediable como un cartel de cerrado, sino contra el olvido que borrará nuestras huellas cuando nos hayamos marchado.

Alguna parte de todo eso he debido decirla en voz alta porque mi compañero me mira con una sonrisa escorada mientras me responde volviendo la vista al infinito. Me alegra que aún tengas fe en la humanidad, pero si esos de ahí, me dice señalando hacia las palomas que rodean el cadáver, fuesen tus compañeros de trabajo, aprovecharían a verte muerto delante del jefe y en esa posición para darte por el culo si con eso lograsen un ascenso.


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7 Comments

  • Tristancio

    No es una lectura muy optimista pata un 1 de enero por la mañana, pero sin duda, es una gran lectura para comenzar el año.

    Mi azotea no mira a ninguna parte. Tampoco fumo, sin embargo, de tanto en tanto veo como mueren las palomas.

    (… y, en la medida de lo posible, te abrazo).

  • Beauséant

    es una especie de regla, Tristancio, no entendemos de calendarios, y las cosas van saliendo cuando ocurren, te juro que pensaba colgar una foto de un árbol de Navidad, pero ya ves… qué tristes, por cierto, las azoteas que fueron puestas sin motivo, ¿no?

    lo has clavado, anónimo 🙂 mejor no nos tomes muy en serio

  • virgi

    A fuer de ser sincera, no me importa que mueran las palomas, hay demasiadas. Me preocuparían más las abejas, por lo del polen y todo eso. Pero…¿quién me dice que todo es una información tergiversada?
    Sigamos fumando, Beauséant.
    Mientras, Feliz Año (aún estoy a tiempo, no?)

  • MO

    No veas lo que da de sí una paloma, en este caso, muerta.
    A mí como mucho me hubiera dado de sí un tipo: “AG! que asco, mira, una paloma muerta. Vamos a otro sitio”.
    Y ya está.

  • Beauseant

    quizás virgi tanto las palomas como las abejas sean igual de necesarias, pero las segundas tienen mejor cobertura de prensa, ¿no?

    en realidad, MO yo pensé lo mismo, pero al llegar a casa le di la vuelta 😉

  • Vanessa

    Todavía creo un poco en la humanidad. No creo tanto en los compañeros de trabajo, que estoy segura que aprovecharían esto para conseguir un ascenso, y sin olvidarse del chivato que iría con algún chisme al jefe,,en todos los trabajos hay uno de estos.
    Besoss

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