historia, memoria

En el mejor de los mundos

El operador empieza su turno de seis horas introduciendo la tarjeta de identificación en la ranura del escritorio. La silla se nota aun caliente por el cuerpo de su compañero y la encuentra situada demasiado alta para su gusto. Mientras deja el vaso de plástico con café sobre la mesa, manipula los controles de la silla para ponerla a su altura, da un par de sorbos al café, comprueba la hora en el reloj, y saca el pequeño teclado de la bolsa que conecta al monitor por un puerto de forma rectangular. Cada operador es responsable de su propio teclado que se guarda en unas taquillas a la entrada del edificio.

A la hora en punto el satélite muestra un cuadrante aleatorio de la casilla que tiene asignada para el día de hoy: un paisaje urbano de una azotea que enseña su ropa mecida por el viento. La imagen es actualizada cada pocos segundos, casi en tiempo en real. Cuando el satélite saca una foto la procesa en baja resolución y la envía inmediatamente al centro de control; la imagen tomada en alta resolución se almacena para ser enviada cuando no quede ninguna de baja resolución pendiente. De esta forma, si algo le resulta sospechoso, el operador puede alternar mediante una combinación de teclas entre la imagen inicial y la imagen a todo color. De esta forma puede ser capaz de distinguir el logotipo de una conocida marca deportiva en una de las camisetas de la azotea.

Antes de realizar el informe con los puntos de control, el operador es interrumpido por una alarma de código azul. Cuando eso ocurre el satélite toma el control y hace dos cosas: centra la pantalla en la zona de la incidencia, y despierta a los dos vehículos teleridigidos artillados que tiene asignados aquella esquina del mapa. Los VTA son helicópteros en miniatura que han sacrificado la autonomía para poder ser endiabladamente rápidos. En pocos segundos habrán cogido altura y trazado la ruta de colisión hacía el desencadenante de la alarma que ahora aparece en pantalla: un tipo montado en una vieja mobilette que acaba de pasar la zona azul y marcha hacía el segundo punto de control, marcado en el manual de operaciones como zona verde.

Un operador no debería recibir más de cuatro intrusiones al año. Lo que significa que hoy es su día de suerte y le toca decidir sobre el futuro de un fulano que se ha saltado las docenas de señales luminosas y acústicas en los diferentes dialectos que pueblan la zona de seguridad. Sin embargo, como le enseñaron en la instrucción, eso no significa que el tipo de la motocicleta sea un objetivo a abatir. El ejército tiene cientos de subcontratas que mantienen en funcionamiento los paneles solares que alimentan las señales de aviso, pero esas subcontratas decidieron que sus equipos eran demasiado importantes para jugarse la vida supervisando los sistemas, por lo que contrataron a otros tipos que no siempre pueden o quieren hacer su trabajo.

Mientras el operador procesa toda esa información, el tipo de la motocicleta se encuentra en medio de la zona verde, los VTA lo tienen en el visor, y el operador tiene menos de quince segundos para decidir si pulsa el botón rojo de disparo. Si se equivoca habrá eliminado –el código de operación rechaza la palabra matar- a un honrado agricultor que intenta regresar un poco borracho a casa después de una exitosa venta. Si acierta, será la vida de sus compañeros la que habrá salvado. Al rememorar la palabra compañeros es inevitable acordarse de las personas con quien hizo la instrucción y, siguiendo ese fino hilo de plata llamado memoria, llegamos a su ciudad natal, su novia y todas esas pequeñas cosas difusas que llamamos vida y que, de repente, se han visto amenazadas. Por ese motivo la mayoría de las intrusiones acaban con el operador pulsando el botón que da rienda suelta a los VTA.

Exactamente como ahora.

Las siguientes imágenes del satélite no son más que un remolino polvoriento que nos deja entrever un amasijo de tierra y sangre. Por encima de esa escena, incansables como perros de presa, sobrevuelan dos puntos, estáticos esperando instrucciones.

Los operadores son gente normal que nos cruzamos a diario por la calle. Acaban su jornada, redactan el informe, y regresan a sus casas sin saber la consecuencia de sus actos. Muchos logran apartar cualquier idea siniestra: contemplan la pantalla como un videojuego y nunca buscan explicaciones. Pero, a veces, llegas a casa y observas un montón de cadáveres de lo que hace unas horas era una agradable y étnica boda. Un cámara ha descubierto un filón de cuerpos amputados y paredes cubiertas de vísceras que un puñado de moscas hambrientas han convertido en un festín. La imagen gira sin estabilizador y mete el zoom a un niño llorando, recuerda, siempre hay un niño perdido entre los escombros. El cámara, un tipo curtido, aprovecha que ya tiene tu atención para abrir el encuadre y mostrarte como el niño se tambalea con un brazo amputado hasta caer desmayado.

Es difícil ver eso desde la comodidad de tu salón y no sentirte un poco responsable.

Los operadores tienen el índice de suicidios más altos para trabajos calificados como oficina. Pero casi nadie quiere hablar de ello.

Hoy es una de esas pocas excepciones: el presidente da un discurso por televisión, y con voz trémula y el rostro demacrado nos dice que ellos, los operadores, son la “delgada línea que separa nuestro país del reinado del terror”. Ha sido un día duro con demasiados muertos a un lado y otro de la balanza, y quiere dar imagen de normalidad, pero el croma falla de vez en cuando y es fácil saber que no habla desde los jardines del palacio, sino desde un búnker subterráneo que el ordenador intenta camuflar en tiempo real. Mientras, el presidente nos recuerda que vivimos en el mejor de los mundos bajo el mejor de los sistemas.

Si te fijas en las hojas de su espalda verás que se mueven siguiendo un patrón predeterminado. Típica chapuza de aficionados.

A pesar del miedo la guerra no se esta perdiendo. Los satélites cada vez son más precisos, y aunque lograsen burlar su vigilancia y matar a cientos, a miles de los nuestros, el mundo seguiría girando. Hay demasiados intereses puestos en ello para olvidarlos por un puñado de tipos en motocicletas. Alguien debería decírselo al tipo de la televisión.

Este es sólo el siguiente capítulo de la política del miedo, del enemigo invisible que quiere acabar con nuestro modo de vida. Quizás no sabías que era tu modo de vida, pero ahora que lo sientes atacado no queda otra que defenderlo.

Hoy puede ser un tipo en motocicleta en la otra esquina del mundo, mañana el chaval que reparte pasquines en el metro.

Con un poco de imaginación y propaganda cualquiera puede ser nuestro enemigo.

Sólo tenemos que dejarte acertar una sola vez.

Si reduces cualquier debate a una lucha de voluntades, si todo es un o conmigo o contra mi, no tienes ciudadanos, tienes fanáticos. Cuando nos sentimos amenazados siempre cerramos filas en torno a un cretino con una bandera.

Y así todo es más sencillo.

El verdadero triunfo del Sistema no es otro que este. Más bien sólo es este: su gran capacidad para generar adeptos y adictos de forma sutil e ininterrumpidamente. De modo que no pueda hablarse… de modo que no pueda pensarse en que haya vencidos, sino convencidos. Personas satisfechas son su cometido tan sólo por haber nacido. HC.

10 Comments

  • Ybris

    Un mundo desolador que uno no quisiera que llegara a ser el mejor de los mundos.
    Y, sin embargo, es de temer que existe la posibilidad de acabar siendo así.
    No hay más que partir de la defensa del propio e irrenunciable “modo de vida” declarando la guerra a cualquier posible amenaza considerada como el enemigo.
    Lo malo es que todos llegamos a ser así asesinos bajo capa de operadores.
    Mejor que el futuro nos tenga reservado algo más humano.

    Un abrazo, artista.

  • doctorvitamorte

    Cuando respondo al Anti-Spam, me siento un operador.
    Para ser el mejor de los mundos he visto pocos parques, jardines y bosques.
    La alianza enemigo-externo aliado-interno funciona como nunca.
    Muy logrado el relato

  • Beauséant

    La idea era un poco esa, Ybris, llega un momento que tenemos tanta información sobre el mundo ™ que debemos refugiarnos en una idea, un modelo que no es perfecto, pero que tenemos que considerar perfecto. Cuando llevamos esas ideas al extremo, y las dejamos en manos de otros acabamos en el fanatismo.. Y gracias por pasarte, como siempre. Y, si a todo eso, le ponemos la tecnología, Shiraz, que nos aleja de las decisiones todo se vuelve más frío y confuso.

    La realidad asusta más que las palabras, Athe 😉

    Imposible decirlo mejor, Cosechadel66. Todo lo que crece en nuestro interior es más difícil de controlar.

    Gracias, doctorvitamorte, ya ves, unos hablando de progreso, de ciencia, de futuro, y los ciudadanos de a pie queremos eso, más parques, más verde y más paz.. Imposible ponerse de acuerdo.

    Gracias virgi, siempre he pensado que si supiese dibujar haría las historias en viñetas, aunque supongo que debe ser más complicado manejar ese lenguaje..

  • FILOABPUERTO

    Y eso que es “el mejor de los mundos”

    Hoy escribiste con la uve de “Vendetta”.
    El sistema es poderosísimo, sobre todo porque casi todos lo asumimos sin cuestionarnos que “Otro mundo es posible”

    Mi votación máxima a tu relato
    Abrazos

    Merce

  • Beauséant

    Un poco V si ha quedado, FILOABPUERTO.. ese personaje pudo hacer algo porque estaba totalmente fuera de ese sistema que pretendía destruir, la mayoría de nosotros estamos dentro, no dentro de dentro, pero si dentro de estar en las esquinas. Por eso nos resulta tan complicado.

    El saber y el actuar en consecuencia siempre han sido cosas distintas 🙂 Un placer, Salomé

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