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el puente del seixo

Mi abuelo encontró a la muerte esperando en lo alto del puente del seixo. No se dijeron nada, pues nada puedes decirle a la muerte. Cruzaron sus caminos en silencio y él creyó ver una sonrisa brillando en sus ojos.

Al menos así nos lo explicó cuando le vimos aparecer en casa aquella tarde, pálido, cubierto de sudor y con un ligero temblor en unas manos que hasta entonces siempre habían sido firmes.

Creo que no le hicimos mucho caso. Mi madre le dijo que dejase de asustar a los niños y que la cena ya estaba lista. Él, obediente, se quitó la descolorida gorra de John Deere que siempre le acompañaba y ocupó su lugar en la mesa entre todos nosotros.

Nunca fuimos de hablar mucho en mi familia, al menos con palabras. Mis primos, mis hermanos mayores, todos usaban los puños contra la frustración de no encontrar las palabras adecuadas. Estaban siempre en tensión, así los recuerdo, un mecanismo a punto de saltar. Con los puños apretados en los bares, en los trabajos de miseria que acumulaban y que nunca dejaban espacio para la victoria. Llenos de rabia contra todo lo que les rodeaba y a punto de explotar. Siempre tenían un motivo, el gobierno, los jefes, sus propios compañeros…. En el fondo no era complicado entenderles porque vivir allí era como ahogarse un poco cada día, pero ellos no quería escapar, querían que todo volase por los aires.

Al día siguiente encontraron muerto a mi abuelo, ahorcado en las últimas horas del atardecer. Cansado quizás de esperar una muerte que no acababa de llegar a la cita, quizás asustado de lo que había visto en esos ojos cuando se cruzaron en el puente.

Se había colgado de uno de los manzanos del huerto. Justo al lado de la piedra donde solía sentarse para ver el atardecer despedirse del valle. Esa era la última visión que quería llevarse consigo, lo último que vieron sus ojos antes de cerrarse.

En mi familia nunca usábamos las palabras. Lo llenábamos todo de gestos y rituales cuya explicación siempre quedaba en manos de otros. Tras el entierro de mi abuelo, el entierro de un suicida sin curas ni tierra santa esperando los restos, nadie se extrañó al ver a mi padre descolgando la motosierra del clavo donde esperaba en la leñera.

Escapé por el ventanuco de la despensa sabiendo cuál sería el destino de mi padre y llegué justo a tiempo de verle, con las piernas bien firmes en la tierra, frente al manzano dónde se había ahorcado su padre y en el que aún se veía un trozo de cuerda ondeando sin explicación.

Cebó la maquinaria de la motosierra muy despacio, la arrancó con mimo y se abalanzó sobre el arbolito indefenso. La boca muy abierta, en un grito que quedaba ahogado por el rugido del motor.

En cuanto rozó la corteza y saltaron los primeros trozos de serrín, la maquina se ahogo con un quejido y sólo dejo un pequeño mordisco en la corteza como huella de su paso.

Mi padre no era una persona religiosa, ni tan siquiera supersticiosa que era la forma en la que se disfrazaba la religión en aquellas tierras, pero entendió que algo muy por encima de su comprensión del mundo acababa de suceder.

Contempló la máquina, muda, imposible de arrancar, observo de nuevo el árbol con su cuerda al viento y dejó que la rabia, esa rabia siempre dispuesta, tomase el lugar de la cordura. Levantó la primera piedra que pudo encontrar y comenzó a golpear a la motosierra. Entre cada uno de esos golpes caían gruesos goterones de sudor, lágrimas y rabia.

Regresó a casa con las manos ensangrentadas, la camisa desgarrada y empapado en gasolina. Mi madre no dijo nada. Un beso, quizás un leve roce en la mano en el cuál condesaba todo su amor, y continuó con sus tareas como si nada hubiese sucedido.

Nunca volvimos a hablar de aquello.

18 Comments

  • Mento

    Dudo que no se dijeran nada… Los que volvemos de esas conversaciones nunca hablamos de ello… o casi nunca 😉
    Saludos.

  • Alma

    A veces, hablar es lo de menos… el silencio lo dice todo. El riesgo es que, muchas de esas veces, puedes ahogarte en ese mismo silencio.

    Un beso.

  • Toro Salvaje

    La gorra de John Deere me ha devuelto a veranos de infancia en el pueblo de mis abuelos.
    Es duro el relato eh… me llevo al suicida un rato.

    Saludos.

  • Beauséant

    No lo había pensado, Mento, pero es verdad que algo debieron decirse, debió ser algo que no quiso contarnos… quizás algo sobre nuestras propias vidas, las de sus hijos y nietos… supongo que lo averiguaremos cuando sea demasiado tarde, como casi todo lo que importa.

    Los silencios ahogan, eso lo tengo claro, Alma, pero es un ahogarse lento y paulatino, apenas te das cuenta de que te ahogas…

    Muchas gracias, Myriam, dudaba si publicarlo o no después de muchas vueltas y retoques.

    Siempre quise una de esas gorras, Toro Salvaje, dónde otros soñaban con balones de reglamento o coches a control remoto yo anhelaba una de esas gorras con el ciervo rampante. Las vi no hace mucho en la página del fabricante, pero no veo en el trabajo con esa gorra 🙂

  • Paloma

    ¡Qué duro relato!

    Me pregunto si hablar, romper esos silencios puede servir para aliviar el dolor. Me lo pregunto porque no sé la respuesta. Tal vez las palabras no valen para todos o no valen siempre.

    Duro pero tan bien escrito como de costumbre.

  • Beauséant

    Es algo que nunca he sabido tampoco, Paloma, tengo cierta tendencia a bloquearme, a no saber si debería hablar o tener la boca cerrada. Haga lo que haga siempre siento que no lo he hecho bien…

    Gracias, Ángeles, me alegra que te guste la foto… la historia original no tenía la muerte en un puente, pero al hacer la foto decidí ponerla ahí arriba.. no creo que le haya importado, aún sigo con vida….

  • Ignis fatuus

    Eres (sois) un artista, realmente. Cada vez que entro aquí hay algo en tus historias que me habla desde sitios muy cercanos. A veces por casualidades (un lugar al mismo tiempo, una historia cruzada), a veces porque es complicado no empatizar con un cuento muy bien contado. A foto é en Galicia, non si? Bicos dende o Norte!

  • Beauséant

    El texto sí es en Galicia, dónde sino 😉 La foto, me temo que no la hice allí, pero ese río, ese puente… te aseguro que era Galicia, al menos la Galicia que yo recuerdo… Muchas gracias por tus palabras, me alegra llegar dentro de los que leen… me gusta el norte, muchos textos de esta casa son de allí…

    (mucho tiempo sin verte por aquí, ¿verdad?)

  • Carmen

    La historia remueve profundamente.
    Y conmueve especialmente la escena del padre con la motosierra…uffff

    La fotografía desde luego enmarca de lujo.

    Besos.

  • La chica triste de la parada de autobús

    He vuelto, quién sabe por cuánto tiempo. He instalado Flipboard con la esperanza de acostumbrarme y hacerme asidua, pero ya nos conocemos. Un placer, como siempre, volver por aquí.

  • Beauséant

    Muchas gracias, Carmen, me alegra que te haya gustado, no es fácil cuadrar los textos y la imagen.

    Siempre intento eso, que las historias queden bien encuadradas.. y, claro, no siempre sale bien, Manuela Fernández

    Oye, Chica triste, si gracias al flipboard logramos tenerte por aquí más a menudo entonces me parecerá un gran programa 😉

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