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Demiurgos

El programa muestra un cubo tridimensional sobre un fondo negro. En cada cara hay una fotografía distinta que cambia en cada giro, arrancando pedazos aleatorios de tu vida de las entrañas del disco duro. Desplazo los vértices con el ratón y me siento como un demiurgo decidiendo vidas presentes y futuras con su dado mágico.

Un giro, y aparece ella señalando hacia el otro lado del objetivo con un niño enfurruñado que mira fijo al suelo negándose a perder un trozo de su alma.

Otro giro y aparece el niño vestido de uniforme y pantalón corto…

Otro golpe de ratón…

Ella y un tipo que no importa en alguna ciudad del norte de Europa…

Lanzo mi dado mágico…

Un golden con los ojos llenos de lluvia lamiendo la cara de la mujer. Un poco más anciana, un poco más hermosa.

Gira, gira dado mágico muéstrame realidades alternativas. Dime si alguna pudo ser mía. Si este tipo aquí sentado pudo estar atrapado entre esos vértices. Feliz y dichoso con su rutina de Lunes a Domingo, sin preguntarse nunca que ocurrirá cuando el dado deja de girar y la rutina es duda y cárcel. Compañera fiel de sueños que nunca se cumplirán.

El reloj del ordenador, una pecera con números digitales al fondo, me devuelve de golpe a la realidad. Es tarde y llevo horas corriendo un riesgo innecesario ante este altar de plástico y neón. Idiota, idiota, me hago viejo para esto. Repaso la agenda que he copiado con sus horarios, pequeñas vidas cuadriculadas, vidas sencillas, vidas mentira que los demiurgos cortan sin piedad.

Mañana tenemos una cita.

La encontré en el parque después del footing. Ha dejado de correr y su respiración agitada ahoga mis pasos. Mientras busco el móvil en los bolsillos voy repasando excusas para hacerlo, quiero estar seguro, me digo, es tarde, casi de noche, y un bulto en la noche es casi igual que otro centenar de bultos. Pero la verdad es otra: quiero verte otra vez.

El teléfono suena y ella rebusca en la mochila que ha dejado a sus pies. ¿Quién es?… Date la vuelta…

Los dos primeros disparos dieron en la cabeza. Es imposible, pero pude oír el ruido de los huesos al quebrarse. Un sonido casi imposible de describir de algo que se rompe para no estar unido jamás. Ahí estaba su sonrisa, rota, desplazada hasta convertirse en una mancha informe. Los otros dos disparos fueron al bulto inerte que caía con los brazos abiertos hacía el suelo. Ya no era ella.

Gira, gira mi dado. No permitas que nada te detenga.

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