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Museo del prado

Unos segundos después de pulsar el obturador el niño levanta la cabeza, alertado supongo por puro instinto animal, y me descubre en el momento de guardar la cámara en la mochila.

Fuera de plano, a la izquierda de nuestra escena principal, le veo venir con una sonrisa enorme en la cara y ondeando al viento con orgullo un mapa en el que ya ha marcado la posición inicial del recorrido con la misma precisión que si se tratase del desembarco de Normandía.

Hay momentos de la historia que convocan a este tipo de personas: gente capaz de tomar decisiones y señalar un norte que nadie más vislumbra. Expertos en nadar contracorriente con la elegancia de peces particularmente estúpidos. Esa clase de tipos, en definitiva, que en tiempos de grandes guerras sacan todo su ingenio a relucir y rubrican con sangre ajena un par de párrafos en los libros de historia, pero en épocas de paz languidecen organizando aburridas excursiones de domingo al Museo del Prado.

Al levantarme para ir tras los pasos de mi Rommel me despido con la mano del niño anónimo y él, sorprendido por mi desconocido instinto maternal, se olvida por un instante del plano y me dice: ¿qué, quieres decirle algo?

Que huya ahora y no vuelva nunca la vista atrás.

Por suerte ya no me oye. Se ha entusiasmado con un enorme punto rojo trazado en el suelo en el que se hacinan un puñado de obedientes japoneses, y que marca punto inicial de la visita.

La vida es más sencilla cuando tienes un flamante plano lleno de flechas. Llega incluso una edad en la que ni tan siquiera importa donde hacia donde apunten: basta con la estúpida seguridad de saber que el camino lleva hacia alguna parte y que otros pasos antes que los tuyos lo siguieron con la misma convicción.

9 Comments

  • Ybris

    Genial visión de una visita al Museo del Prado:
    un niño con ingenio y decisión de guerrero, un modo de ver espacios y visitantes y una convicción de la importancia de saber que los caminos conducen a alguna parte.
    Y, por supuesto, el deseo de que quienes saben de caminos nunca vuelvan la mirada atrás.

    Un abrazo.

  • lademarbella

    Sin embargo da miedo saber que los pasos,rodeen lo que rodeen, terminan en la misma meta de salida. La edad atempera temperamentos, agita costumbres y cambia la importancia de las cosas.Muy bueno

  • virgi

    Caminemos por las sendas ya marcadas…qué más da…nos vamos a encontrar igual de solos.
    El niño lo intuye, pero aún le queda mucho para saborearlo.
    Profundo y desalentador. Pero me gustó. Mucho.
    Un abrazo

  • Adolfo-Denavegantes

    Muy bueno Beauséant. Es verdad, a veces esos mapas que marcan una ruta son más fáciles de comprender, que el mapa que trazamos a cada paso, aunque éste último sea más rico y exclusivamente nuestro.

  • Beauseant

    Supongo, Ybris que si todo aquel que abrió un camino nuevo y distinto hubiese mirado atrás, jamás abríamos logrado abrir nuestro mundo hasta casi doblegarlo. Me gustaría pensar que sí, que ese niño es un guerrero y encontrará su propia ruta.. Y, claro, gracias por tus palabras. Quizás, virgi tenga razón y ese camino lo haga sólo, pero mientras sea su camino quizás eso no importe… quizás.
    Creo lademarbella que la edad nos vuelve conformistas, nos hace ser consciente de todo lo que podemos perder si nos alejamos de la ruta correcta. Gracias, de nuevo 😉
    Podemos hacer una teoría, Adolfo-Denavegantes, sobre los mapas y las rutas, podemos llamarlo psicología de la guía Campsa o algo por el estilo 🙂

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