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Querido amigo:

Ultimamente estoy teniendo pequeños achaques. No es nada grave. Nada importante pero, me fastidia. De repente una mañana me levanto y me duele la cabeza, o tengo lumbago, o ando medio mareado por las dichosas cervicales. Dolores pequeños y constantes. Difusos pero persistentes. Tonterías que me hacen cancelar citas que, en principio, eran importantes, o llegar un poco más tarde al trabajo o directamente no llegar. Como si cada vez me costase más mantener el equilibrio entre la salud y la enfermedad, como si de un tiempo a esta parte anduviese decantándome peligrosamente más de un lado que de otro. Y eso afecta también a mi humor. Se me está poniendo un carácter francamente difícil de llevar, de aguantar, de tolerar. Un humor de perros que se ceba con el primero que se pase un poco de la raya o que simplemente no haga la cosas como yo creo que se deberían de hacer, es decir, perfectas. Perfectas a mi modo de ver, claro, que muchas veces no coincide con el de los que me rodean. Además, no salgo nada. No piso la calle más que para trabajar. Los fines de semana, es decir, los domingos, se me van en un suspiro, casi sin darme cuenta, de manera que tengo la sensación de que el tiempo transcurre de una forma muy rara, rápido y lento a la vez. Rápido si pienso en todas las cosas que estoy dejando de hacer, en todo lo que me estoy perdiendo. Y lento, lentísimo, por el tedio de unos días monótonos y pegajosos. A veces, algunos sábados por la noche sobre todo, miro la agenda del móvil e intento buscar un número, un mar donde lanzar una botella con mensaje. Siempre acabo desistiendo al minuto por aquello de mantener la compostura, la imagen, la reputación. Coñazo de imagen, de compostura y de reputación. Me quedo en casa. Escribo. Veo la televisión. Esa es otra. Es terrible encender la televisión. Los debates, las mesas con contertulios tan puestos en todo que acaba uno sorprendido con que unos pocos puedan saber tanto de todo. Y la violencia emocional que se practica en casi todos los programas. Es terrible, de verdad. Los telediarios tampoco arreglan el asunto. El país está hecho unos zorros. El mundo en general parece un barco dirigido por un capitán suicida o adicto a alguna droga dura. Dan ganas de saltar por la borda, aunque sepas que puedes morir en las aguas congeladas del atlántico, o ser devorado por tiburones en las del pacífico. Qué más da. Una muerte rápida, al menos, y no esto, que parece que no se va a acabar nunca, por mucho que cada dos días aparezca en la apertura de todos los informativos alguna autoridad europea diciendo que sí, que para el 2014, para ser desmentida, a los dos días exactamente, por otra autoridad, también europea, que lo alargará un año más, y así sucesivamente. Es terrible leer la incertidumbre en las caras de las gentes. Porque además nos las muestran todos los santos días en todos los medios de comunicación, como si quisiesen torturarnos, como si no fuese suficiente con tropezártelos por las calles, en el trabajo, en todas partes, como si no bastase con el propio dolor para que tomemos también nuestra dosis del dolor ajeno. Cuánta crueldad. Y soy un privilegiado, parece. Tengo todas mis necesidades básicas cubiertas. Todos dicen que soy un privilegiado pero, creo que voy a partirle la cara al próximo que me lo repita, por lo del humor de perros, y porque estoy hasta los cojones de que me digan la suerte que tengo y lo privilegiado que soy.
De modo que, me duele. Me duele todo últimamente. Suave pero constante. Me duele todo.

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