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Los cazadores de sueños (2)

Muchos huyeron a las ciudades refugiándose en torres de metal cada vez más altas. Los que seguimos aquí vivíamos de sacrificar el acero de las viejas fábricas y venderlo para construir esas mismas torres. Aquello duro hasta que alguien puso un contador de radiación sobre los restos y la aguja quiso salir despavorida de su cárcel de plástico y cristal.

Los pocos niños que nacieron antes de las esterilizaciones masivas no eran dignos de ese nombre. Eran seres deformes, caricaturas sin ojos, sin los huesos del cráneo completos, las bocas rotas, deformes. Nacidos muertos o tullidos para siempre.

Nos censaron, nos vallaron, y se limitan a tirarnos contenedores de alimento desde el aire hasta que dejemos de ser un problema.

Descuelgo la bolsa con la comida del gancho en la pared y rebusco en ella mientras enciendo el filtro del tanque del agua. A través de las finas paredes oigo como se mueve en la otra habitación, atraída por el olor del café que despierta algo en su organismo que lo obliga a romper el tedio y la necesidad de seguir durmiendo. Aparece en el umbral de la cocina con carita de sueño y ronroneando su disgusto.

Su taza es la blanca con el logotipo de una empresa de tractores. La recoge tras muchos malabarismos con su mano derecha, la única que puede usar. Una mano diminuta y deforme que parece la mano de alguien mucho más mayor, una rama seca y sin vida que se mantiene pegada al árbol pero es incapaz de dar frutos. El otro brazo parece sano, pero no puede moverlo sin que golpes de electricidad recorran su espina dorsal y la dejen boqueando como un pez moribundo.

Cuando al fin logra retener la taza en precario equilibrio, se gira y oculta su rostro de la luz que comienza a llenar la habitación. Detengo el movimiento iniciado por su cabeza, y recorro con mi mano el trazo de los bultos y estrías que tiene grabados en ese lado, sólo en la parte derecha, de una forma absurdamente simétrica. Beso sus labios con sabor a ceniza y me dejo perder unos segundos en la maraña de su pelo.

Y le digo que sigue siendo mi estrella.

Los cazadores de sueños le arrebatan cada mañana las excusas para seguir en píe, y cada día es más complicado fingir que todo es normal, que hay algo ahí afuera esperando para nosotros. Un futuro que podamos enmarcar en fotografías borrosas para recordar en los días de lluvia.

Un futuro imposible con el que no hemos dejado de soñar ni un instante.

Somos supervivientes.

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