leer,  mirar

Llenita de color

Las grandes tiendas del centro siempre me hacen sentir un extraño en ese mundo mágico de decoraciones imposibles y princesas con la sonrisa grabada a fuego en sus rostros perfectos. Siempre me obligo a caminar con la cabeza baja, repitiendo mentalmente lo que he ido a buscar, para no desviarme del camino cegado por las falsas promesas de felicidad ocultas tras cada estante.

Mientras rebuscaba en mis bolsillos el dinero que me permitiese acceder a un pedazo de ese mundo, he visto venir hacia mi al rostro que me gustaría volver a ver justo un segundo antes de morir. – Tú estuviste aquí hace unos días. ¿verdad?, y sin esperar una respuesta me ha tendido una foto arrugada de una desconocida con un puñado de letras grabadas en el dorso. -Esto se te cayó cuando estabas pagando. Es muy guapa. Me dice señalando hacia la foto y marchándose sin dejarme el derecho a una replica que no tenía ni deseaba.

Llenita de color

Ojala te tuviese aquí, pero no puedo perdonarte. Era lo único escrito en el reverso, eso, y una dirección apenas legible. Y al otro lado tú, llenita de color, preciosa al lado del mar convertida en estatua de sal por la magia de la química y los espejos, posando con tu cara de disgusto de cada vez que te robaba una foto. Si, me hubiese gustado conocerte y saber quien eras.He pagado sin mirar, y me ha lanzado en carrera suicida hasta llegar a casa, temblando con cada fibra de mi cuerpo, y sintiendo todo aquello que sólo siente una vez en la vida. Te he escrito, y te he pedido perdón, puedo cambiar en todo lo que quieras pero, por favor, no me dejes sólo, no ahora que por fin te he conocido.

Han pasado los días con sus noches interminables, miro el buzón cada día, y los vecinos me observan tras sus puertas. Tienen miedo de esa figura borrosa, cansada y sin afeitar que arrastra los pies, mira las facturas, las deja caer al suelo, y sube de nuevo con los lágrimas al borde los ojos.

Jamás pensé que pudiese añorar perder algo que nunca he conocido.

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