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Laura (3)

La primera parte | La segunda parte

No hay constancia en la agenda oficial del alcalde. Tampoco en la privada. Sin embargo, hoy es un día importante. Un día que el representante del consistorio de la ciudad lleva rumiando y planificando mucho tiempo. A decir verdad, hoy no es un día importante. Hoy es el Dia.

La cita tiene lugar en la sierra, a unos pocos kilómetros de uno de los vertederos de Francisco Romeu. El bar, hoy ya famoso en todos los medios de comunicación, es como una palmera en mitad del desierto. Un desierto plagado de cámaras de videovigilancia discretamente camufladas entre enchufes, lámparas y cuadros del todo a cien. Pequeño y oscuro, es uno de esos sitios frecuentado siempre por el mismo tipo de clientela; trabajadores del vertedero vecino, propiedad de Romeu, y algún que otro camionero de paso. Un tipo como el político llamaría necesariamente la atención en semejante antro pero, nada más llegar, el propietario, aleccionado por Romeu en este tipo de situaciones, le invita a pasar a un cuarto anexo, una especie de reservado donde se diría que el jefe del local obtiene beneficios extras de las timbas ilegales que pueda ofertar a los parroquianos más selectos.

El alcalde, un hombre maduro y bien parecido, exquisitamente vestido, toma asiento, no sin cierta repugnancia, en el sillón de piel sintética y raída, algún día blanco, hoy parduzco, que le señala Romeu. No puede disimular el mohín en los labios. No es sólo el sillón, el local, la humedad casi tropical del ambiente. No es sólo eso. Son las formas soeces del empresario, sus patadas al diccionario, su bravuconería, su arrogancia, su prepotencia de nuevo rico, su traje beige, caro, sí, pero terriblemente combinado con unos zapatos negros que, de tan cubiertos de polvo, parecen grises. Es su actitud, que parecería, por su sonrisa de hiena, que disfrutase recibiendo a las visitas en semejante chamizo, debe pensar el alcalde. Es todo eso y más pero… la carne es débil y, tratándose de cinco millones de euros, la del alcalde, un hombre exquisitamente avaro, es plastilina.

Una lástima, por otro lado. Tan elegante y tan distraído. Quizá si el Excelentísimo Señor Alcalde no hubiese perdido tanto tiempo en regocijarse en su aprensión hacia Romeu quizá, sólo quizá, hubiese caído en la cuenta de que el empresario, además de analfabeto, es experto en guardarse las espaldas, en hacer firmar contratos tácitos, contratos verbales, contratos con el diablo que tienen comprometida a casi la totalidad de la clase política y financiera de esta ciudad. El alcalde no lo sabe porque ha estado demasiado entretenido en sí mismo, en sus cosas, que nunca han sido las cosas de los demás. No lo sabe pero ese cuartucho es uno de los cuarteles generales de Romeu; un búnker plagado de cámaras siempre grabando la espalda del empresario de la basura y cada ángulo de la habitación, cada parpadeo, cada palabra, cada silencio, cada carcajada, cada apretón de manos, sobre todo, cada apretón de manos. El alcalde no lo sabe pero, un paso en falso y la bomba le explotará en la cara. En la suya y en la de todos sus votantes, que acabarán viendo con vergüenza cómo ese video abre los telediarios de todos los canales de televisión a las tres de la tarde de un día cualquiera. Porque cinco millones de euros son cinco millones de euros y, aunque el alcalde supiese que está cavando su propia tumba, ese montón de billetes son el pastel de chocolate que mamá coloca delante de las narices del niño y, con sonrisa burlona, le prohíbe tocar.

Mientras tanto, Romeu sonríe; a veces ríe a mandíbula batiente, con una risa pegajosa, irritante. Medio recostado en el sillón, relajado. Consciente de que el otro, el que tiene enfrente, sea el que sea en cada momento, si un día decide cambiar de bando no será, por la cuenta que le trae, para perjudicar los intereses del empresario de la basura, como ya le conocen también en algunas televisiones y periódicos. Nada personal, le oiré comentar en alguna ocasión. Si me quieren matar, moriré matando. Esa frase es uno de sus lugares comunes preferido. Negocios. Pura crematística. Porque Romeu, un analfabeto funcional, hace tiempo que aprendió lo que significa esa palabra, crematística, y es de las pocas que pronuncia claramente y con soltura.

Romeu abre una maleta de medianas dimensiones. Despacio, como si manipulase una bomba de relojería. Controla los tiempos perfectamente. Maneja la tensión del político con fruición. Helos ahí. Cinco millones de euros que el alcalde recibe de manos de Romeu en un maleta exactamente igual a la que el primer edil utilizaría para cualquiera de sus viajes. Cinco millones de euros que el alcalde observa satisfecho, que acaricia con las yemas de los dedos mientras dos cámaras enfocan directamente al ángulo de la habitación en el que se encuentra. Cinco millones de euros que, por motivos obvios, no va a contar, aunque Romeu, con socarronería, le invite a hacerlo, para evitar malentendidos después, dice. Aunque, casi mejor pesarlos, añade, y estalla en una carcajada. No hace falta. Me fío, dicen los labios graves del alcalde. Y ambos sonríen, porque son dos mentirosos capaces de mentirse pero no de engañarse. Y Romeu que continúa dirigiendo la conversación hacia los puntos clave, obligando al alcalde, cegado por el brillo de los billetes, a aceptar verbal y explícitamente, cada una de las cláusulas de un convenio que nadie jamás verá plasmado en papel alguno. En eso también coinciden. Porque, del mismo modo, esa es la consigna del alcalde: no dejar rastro. Así de sencillo. Paquito el basura y sus amiguitos no necesitan papeles que mañana puedan convertirse en testigos de sus causas judiciales. Les basta con la palabra. Palabra de tramposos.

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10 Comments

  • evam

    De las tres entradas esta es la que más me ha gustado, por el ritmo y las descripciones…

    No entraré en las motivaciones del texto, pero suena a algo que ha pasado demasiadas veces en este país.. Y, sospecho, seguirá pasando tantas veces como nos dejemos.

  • Beauseant

    Muchas gracias castigadora por leerte los tres textos 🙂 Los tramposos tienen sus reglas y sus códigos, lo que pasa que van cambiando según les conviene 😉

    Gracias, evam

  • Esther

    ¡Buff! Qué mundo este, mientras otros se mueren de hambre…

    Cuánto tramposo, pero no a todos se les castiga por igual. Por desgracia, ya sabemos la diferencia, en cuanto a justicia se refiere, entre ser un alto cargo ladrón y un ladrón común.

    Me ha encantado y eso de “palabra de tramposos”. Excelente en contenido, en redacción… 🙂

    P.D: vine por aquí, al límite de hora. No sé si decir de regreso… Porque, sinceramente, aunque he escrito y no con la misma calidad con la que disfruté antaño ni con la misma preparación, he estado en realidad, un poco aislada, en otro mundo.

    Bona nit 🙂

  • Beauseant

    Con el paso del tiempo, Isaac empiezo a sospechar que no hay alianza que dure mucho tiempo, ni en la cabeza ni en el dedo 😉

    La muerte quizás sea más honrada, Jolie, pero es verdad que la risa bien podría ser la misma…

    El problema es que hay tramposos muy buenos, y otros muy encantadores, y con esos es complicado escapar, porque aunque los ves venir… En fin…

    Una cosa es la ley y otra la justicia, Esther la ley puede ser igual para todos, pero la justicia, querida, la justicia es un prostituta muy cara.

    Creo que uno siempre ve con nostalgia lo que escribe o lo que hace, ¿no? pero al final siempre vamos avanzando y siempre estamos volviendo porque en realidad nunca llegamos a irnos del todo, ¿no?

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