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La partida

Apenas tiene doce años pero ya mueve las piezas por el tablero como todo un James Fischer. Con una mano aprieta el dado y con la otra desplaza las fichas de colores poniendo un dedo regordete de uñas mordidas sobre ellas. Las suyas aparecen perfectamente colocadas en el tablero con la dignidad de una flecha apuntando hacia la victoria final. Las mías se repliegan, luchan y sufren, pero no hay nada que hacer, esta es una partida perdida de antemano, otra más. No me pregunten por el número exacto, Caronte es quien lleva mi balance.

Todos tenemos grabado en algún lugar de la memoria ese momento terrible en que ganas la primera partida en la consola a tu padre, encestas más lejos, o logras llegar hasta casa sin el resollar de un motor diésel en plena agonía. Cuando descubres, en definitiva, que tu viejo es, horrible palabra, mortal. Por suerte para mi pequeña eso no es un problema: su encantadora madre le recuerda cada mañana la clase de imbécil que soy y ella, fiel seguidora de sus consejos, me machaca sin piedad ni remordimientos.

Levanto la cabeza justo a tiempo para ver como ha logrado colar otra ficha en el refugio al final del tablero, la arcadia soñada lejos de las otras piezas depredadoras. En recompensa por su hazaña lanza el dado concentrada al máximo en el ritual de mover sus piezas a lo largo y ancho de la cuadrícula. Al acabar veo las pastillas de colores perfectamente colocadas, a cuatro o cinco tiradas de ganar la partida. Es mi turno…

En ese momento llaman a la puerta de mi despacho, y aparece mi mejor y más fiel general con la guerrera destrozada y el brazo en cabestrillo que asoma patéticamente desde una manga vacía. Ha perdido a cinco de sus mejores hombres, tres coches y un vehículo acorazado para solicitar mi permiso y poder rendirse con dignidad. ¡Jamás¡, exclamo estrellando mi copa contra la pared a dos centímetros de su cabeza. Le destituyo allí mismo y me hago cargo de todas sus divisiones, escuadrones y planes de batalla. Encerrado en lo alto de la guarida del lobo muevo divisiones inexistentes y trazo planes suicidas a cargo de hombres que hace tiempo fueron tragados por el barro del frente. A mí alrededor todos me miran con pena y pasan a mi lado apresurados mientras les grito mi desprecio. Cobardes, desgraciados, la vergüenza de la patria y nuestros antepasados. Mi arsénico, cariño, ¿dónde esta mi arsénico? Cabrones.

Aferro el dado para mi turno y noto las manos sudorosas y el calor creciendo desde mis entrañas hasta el cuello de mi camisa. Me apetece beber un trago largo y pausado con los ojos cerrados. Sólo uno, prometido. Pero es una tarea inútil. En la cocina no encontraré más que un puñado de bebidas y batidos energéticos. Toda la casa es un enorme templo a la vida saludable erigido por cientos de decoradores que han ido plantando sus diseños como una jauría de perros frenéticos paseando incontinentes por las habitaciones. Joder, incluso han puesto un jardín zen en medio del maldito salón. Definitivamente una copa haría todo esto más llevadero, quizás dos.

Miro sin disimulo el reloj lleno de poleas que sujeta la pared y me siento un poco mejor porque ya queda poco para irme, y un cabrón despreciable porque ya queda poco para irme, etcétera, etcétera. En resumen, dos puntos, soy un padre horrible. Pero verá, señor Juez, es muy jodido verse metido en carreras de resistencia cuando uno estaba preparado únicamente para las de velocidad. Es así de sencillo: nunca pensé que duraría tanto. Por eso cuando me ofrecieron todas esas cosas, esas líneas tan rectas y su futuro prometedor brillando al final, nunca se me paso por la cabeza que aquello se convertirá en apretar los dientes y dejar el destino en manos de las fuerzas Imponderables, que con sus enormes mayúsculas y sus sabios consejos nos llevan a sitios a los que nunca nos preguntaron si queríamos llegar. Un día cedes a ese pequeño resquicio llamado normalidad, y ahí se abre una fisura enorme por donde pasa toda una vida que no sientes como algo tuyo, pero que tampoco sabes rechazar. Como esos paquetes de desconocidos que llegan a tu casa y no puedes devolver por eso, porqué llevan tu nombre escrito en lo alto. Eso ha sido para mi la vida, algo que he aceptado sin preguntar.

Y la partida se acaba, y ella me mira a los ojos sin miedo, con una mirada clara e impoluta. Y yo me encojo dentro de mi camisa y me siento aún más pequeño, apenas un punto insignificante parpadeando sin gracia, casi casi al borde la extinción, en medio de un Universo demasiado grande para soñarlo. Quiero pensar que ella es nuestra pequeña esperanza. La que nos sobrevivirá y será mucho mejor de lo que fuimos sus padres, tan mezquinos y egoístas. Si hay alguna esperanza debe estar ahí, en esa mirada sin miedo que es la valentía suicida de quien ve su vida como un folio aún sin escribir.

Y es esa pequeña esperanza, Señor Juez, de lo poco que me hace levantarme cada mañana y enfrentarme al tipo con quien comparto las camisas.

10 Comments

  • Ybris

    Como en una película de Bergman jugamos una partida con la muerte. Sabemos el resultado final y en ella todo son derrotas.
    Quizás, como bien dices, nuestra única victoria sea la vida imparable que dejamos tras nosotros.
    Y también ¿por qué no? la fiera necesidad de no rendirse.

    Memorable y perfecto escrito, amigo artista, como suelen ser todos los tuyos.

    Es un placer quedarse pensando a fondo tras leerte.

    Un fuerte abrazo.

  • Cosechadel66

    Y hay un compañero peón, que va paso a paso por la tercera galería, y un alfil, que siempre cruza las puertas de perfil. Quizas tenga algo que ver la última reforma del local, con esas nuevas losetas negras y blancas…

    Carpe Diem

  • virgi

    Ganamos pequeñas jugadas, nos creemos, soberbios siempre, que podremos seguir afortunados, pero nada detendrá la partida final, siempre perdida.
    Habremos de jugar, entonces, por puro placer.

    Como el de leerte, hondo y sensible.

  • Denavegantes

    Si te sirve de algo, aunque deseo para ti algo mucho mejor, te diré que al menos yo, vivo en un desencuentro permanente, un suicidio aplazado, una abominable esperanza. Aquí estoy encerrado entre esta piel y mis ojos que van más allá. Un auténtico zombi al que le robaron el corazón y mordido tuvo que dibujar deprisa y corriendo las paredes para poder vivir. Marcado como un esclavo y destrozado sin pudor ni elegancia. Solo creo a ratos, la vida es muy falsa. No soporto la palabrería coyuntural. Me he vuelto un insensato, un loco. A veces la vida me sugiere estaciones, ensancha mis pulmones, me hace sentirme un niño ilusionado, aunque la verdad cada vez menos. Vivo, pero es una cuestión de tiempo. Ese desequilibrio me ha marcado, y aunque lo hice lo mejor que pude, sin duda alguna fracasé con mis hijos, como en tantas cosas. Tengo arena en los ojos desde hace muchos años, ahora todo apunta a un desenlace definitivo, y es que los años discurren en otra fase, cercana a la hipertensión y con ella a la propia e inevitable muerte. Vivo para ser testigo de fragilidad ajena.Tengo mi cámara preparada para inmortalizar ese acto. Morir entre sus brazos… como dice el poeta, es algo a lo que no aspiro.

  • doctorvitamorte

    Este texto me lo voy a guardar.
    Creo que dos copas harían todo esto más llevadero.
    Y sobre todo, hay que guardar esa mirada clara y sin miedo…esa pequeña esperanza

  • Fran

    Es extraño cuando uno super a alguien que te ha enseñado… yo creo que es parte del crecimiento, no? y una demostración de que el que enseñó era bueno, no?
    Saludos!
    Fran

  • Beauseant

    Me gusta esa definición de vida, Ybris a pesar de la enorme responsabilidad que deja caer sobre nuestros hombros.. Sabemos que todo esta perdido de antemano y, por lo tanto, sólo nos queda hacer algo que nos redima. El último refugio suele ser ese, el tener descendencia, pero no debemos dejar de intentar otros caminos, o hacerlo, es cierto virgi por el puro placer de hacerlo.

    Creo, Cosechadel66, que tengo alma de peón y siempre cruzaría esa habitación saltando por las losetas con el movimiento de esa pieza. No sé si es una buena idea.

    Vivir en esa frágil línea Denavegantes siempre parece algo definitivo a punto de romperse, sin embargo, según vas acumulando los días vas entrando en esa rueda de la supervivencia, y vas haciendo un balance extraño en el que nunca acabas de ganar pero nunca pierdes por mucho. Quizás vivir para algunas personas sea como estar siempre saliendo de un mal sueño.

    Me quedaré con esa pequeña victoria FILOABPUERTO aunque presiento que últimamente todas mis victorias son morales 😉

    El truco es ese, doctorvitamorte, que sean sólo dos copas, las justas para enfocar mejor sin perder la serenidad. Será un placer que este texto quede cobijado en algún lugar de tu disco duro.

    Claro, Fran, y en cierta manera esa persona que te lo enseño todo debería estar orgullosa de haberlo logrado, porque es una bonita forma de crecer el lograr que alguien te supere. El problema es que a veces te sientes viejo, cansado, y notas como todo el mundo parecer adelantarte por la derecha.

    Gracias Billy. Empezó siendo un guiño inconsciente cuando lo escribí y luego, al notar que esa frase había salido de algún lado, logré reducirla hasta el último disco de LePunk 😉

  • Vanessa

    Esa niña con la mirada sin miedo te ha ganado porque tú ya hace tiempo que jugaste la suerte a los dados, cuando decidiste seguir el camino ese de líneas tan rectas; todo el mundo no es igual, y hay quien prefiere las líneas curvas y la velocidad.
    No perdiste del todo…ahí está el motivo para levantarte cada mañana.
    Besos.

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