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fiesta de la primavera

Al pie de la fotografía figura una fecha, año 1985, y un pequeño epitafio: fiesta de la primavera. Están todos de pie, en el patio y alrededor de la fuente que lanza un chorro burbujeante empeñada en unirse a la toma. Todos lleváis el uniforme del centro, pero por lo demás parece una reunión de gente normal celebrando algo tan poco normal como el seguir vivos.

Hay que prestar mucha atención a los detalles para saber el motivo de vuestro encierro. Es necesario mirar con detenimiento cada rostro y cada pose para entender el porqué de esos muros y esos títulos de medicina que os encerraron en ellos.

Son vuestras sonrisas. En cada cara, en cada una de las bocas, se puede ver una sonrisa. Una sonrisa franca y sincera colgada como un perfecto mosaico de un puñado de rostros relajados. Ni tan siquiera parece que estéis posando para una fotografía; no hay rostros crispados intentando forzar una imagen perfecta de vuestras vidas para la posteridad.

Eso es lo que envidiamos de vosotros. Mataríamos por tener esa mirada tan limpia. La visión de los perfectos locos. La de quienes han escapado de ese lado y viven ajenos a todo, felices en esa irrealidad tan poco terrenal y tan duramente ganada.

Mi madre odiaba ir a visitarte, ya lo sabes, y no lograba entender que buscase mi mejor vestido para estar allí, en el pabellón de los escapistas como yo lo llamaba.

Pocos años después de aquella fiesta fuimos a recoger tus escasas pertenencias. Ella se negó a entrar en el pequeño cuarto, y cuando salí de allí con las dos cajas quiso tirarlas en cualquier lado. Sólo tras mucho discutir en el camino de vuelta consintió en entregarlas a la amnesia de lo alto del armario.

Mientras ella enfrentaba cada día como una batalla, tú te ibas refugiando dentro de muros cada vez más altos hasta que ni tu mismo pudiste encontrarte. Ella era fuerte, tú eras débil y te marchaste cuanto más te necesitaba. Con tu rendición mataste algo en nuestro interior que nunca pudo perdonarte.

Y al final todo parece reducirse a un puñado de objetos atesorados con cariño que otros meterán en cajas y olvidarán en rincones oscuros. Lo hice con los tuyos como ahora toca hacerlo con los de ella, y me aterra pensar que nadie lo hará con los míos.

Sólo había estado dos veces en esta habitación, siempre la veía en el patio o paseando por la calle cuando la dejaban salir. Es una sensación extraña volver a cruzar el umbral de una habitación como un arqueólogo que guarda y salva del desastre los restos de un naufragio. Una habitación pequeña, con una mesa y una cama, y al lado de la cama encuentro, rescatada del olvido esa fotografía de 1985. Ella, casi al final de su vida, quiso comprenderte y tener a su lado esa sonrisa que tan bien recordaba.

¿Sabes?, mataría por tener esa sonrisa.

7 Comments

  • Tristancio

    Aunque aparece la palabra primavera, hay mucho de otoño en este relato. Y el otoño, como imagen, suele ser triste, nostálgico, y sí, esta historia lo es… triste, a pesar de que las palabras conjugadas para contarla sean bellas.

    Debe ser que acá es otoño y así leo, con ojos de otoño.

    Saludos.-

  • Ohdiosa

    Todas las despedidas acaban así, con cajas repletas de objetos que un día alguien encontrará…
    Siempre he tenido la teoría de que los libros, en concreto, guardan algo en su interior de aquellos que los han leído, un pedacito de alma quizás…no lo sé…de ahí mi amor por los libros de segunda mano…

  • virgi

    Guardamos esos objetos que un día fueron tal vez primavera para alguien. Cuando se aproxima el invierno, queda poco en ellas y las fotografías nos trasladan a tiempos casi siempre tristes…o será que la tristeza la ponemos nosotros…no sé, pero me ha dejado mucha melancolía.
    ¡Y tan bien escrito!
    Besitos

  • Vanessa

    Es curioso cómo guardamos los recuerdos en cajas, cosas q no valen nada y q no venderíamos aunque nos pagaran.
    La caja más grande de recuerdos es la memoria, ahí las cosas tardan más en perderse.
    Bonita historia,como siempre!
    Besoss!

  • Beauseant

    Es posible que de forma inconsciente, Tristancio, yo también jugase con esa idea del otoño. No lo había pensado, gracias.

    Que alguien encontrará, Ohdiosa, y muchas veces no sabrá entender ni dar un significado. A mi me gustan esos libros, quizás por lo mismo, porque ves las páginas marcadas, las dedicatorias… Las vidas de otros en definitiva.

    Gracias, Virgi, supongo que el mirar atrás es inevitable hacerlo con melancolía. Cuando miramos esos objetos suelen ser objetos de personas que se han marchado, y de ahí a la melancolía, Isa sólo hay un paso 😉

    En esas andamos, Vanessa intentando llenar la memoria y vaciando un poco el plano físico, porque al final eres el guardián de un montón de trastos que no tienen significado alguno. Pero es un proceso largo y complicado, ya lo creo.

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