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El último justo en sodoma

Los vagones son largos y estrechos como cajas de difunto, pequeñas cárceles de metal y cristal para nuestras almas condenadas. Al fondo alguien implora atención hacia su cuerpo maltrecho mientras se arrastra pidiendo unas monedas a cambio de su arte o su adicción. Todos sin excepción bajamos la cabeza intentando sacarlo del plano, volverle invisible porque, pensamos con malicia, en el fondo se lo merece. Dios cuida de los suyos, pero no perdona cuando te desvías del camino.

Me ahogo pero no me asusta. Me advirtieron que pasaría; toda esa caterva de médicos y psicólogos intentando llevarme al otro lado, al de la razón y la verdad, su verdad. No pasa nada, debes enfrentarte a tus miedos como única vía para poder vencerlos. Eso de ahí abajo es el orgullo de nuestra cuidad, no una puerta al inframundo. Y todo con su mejor sonrisa de caja registradora y las paredes llenas de títulos académicos alfileteados en la pared, mostrando sin pudor en sus vísceras desnudas la inteligencia de sus dueños, dignos entomólogos del conocimiento.

El vagón chirría en la entrada de la curva y zarandea a sus ocupantes sin piedad. Alguien a mi lado deja escapar un grito ahogado y me mira avergonzado. No te preocupes, haces bien en gritar porque yo también estoy oyendo lo que intentas ignorar, su dialogo de sangre y muerte despertando de un sueño de eones al que fueron condenados. Los notas ¿verdad? Se desperezan ávidos como siempre y furiosos como nunca.

Yo no me ahogo. Sólo grito y me escapo en el último momento de las fauces de metal que intentan atraparme dentro del vagón. Estoy sólo en el andén notando vibrar las vías bajo mis pies y un único pensamiento latiendo en mis sienes. Han despertado, se lo advertí, y ahora estamos condenados. No es su Dios el único que no perdona los errores. Ya no puedo hacer nada por vosotros.

¿Puedo hacer algo por usted? Es joven, tanto como lo fui yo hace siglos. Me mira sin miedo y me sujeta para que no caiga. Quizás Dios no quiera tu muerte y sea yo el instrumento de salvación. Tampoco hay tiempo para pensar: Claustrofobia, grito, y me desmadejo entre tus brazos mientras suplico anegado en lagrimas tu ayuda para salir al exterior, hacia la libertad del cielo azul y el aire limpio.

Juntos emprendemos la procesión por la escalera metálica, al principio agarrado a su brazo y pronto arrastrándolo con firmeza. Mi pequeño y hermoso héroe, quieres bajar preocupado por los ruidos que ya es imposible ocultar con mis jadeos y mis palabras. Quieres salvar el mundo, pobre tonto, y no eres capaz ni de salvarte a ti mismo.

Toso y me ahogo en mi mejor papel y te obligo a pasar el último tramo hasta poner un pie en la calle donde el sol brilla como una promesa de cumpleaños. Si logro entretenerte unos minutos seremos los únicos supervivientes de la masacre que ya ha comenzado.

9 Comments

  • Cosechadel66

    Le ayudo a pesar de que se que miente. Su sonrisa es tan falsa como todos en esta ciudad, y por eso no destaca. Aunque me hubiera gustado mirar en sus bolsillos para encontrar el as que guarda.

    Carpe Diem

  • Tristancio

    Pues sí, tantas veces resulta imposible no imaginar que habitamos el apocalipsis… todas las ciudades se parecen.

    (Tu prosa, sin embargo, resulta salvadora).

  • Ybris

    No tengo palabras.
    Tu escrito es de una belleza impresionante.
    Me pierdo en ese viaje claustrofóbico dentro de un vagón a modo de ataúd del que no se puede salir sino abrazado.
    Supervivientes al sol de una masacre ya iniciada.
    ¿Seremos eso?
    La vida nos va enseñando al menos el camino.

    Abrazos. artista.

  • Tumulario

    Y es al asomarme a la luz que me doy cuenta que este no es mi mundo, la luz me ahoga, me mata, me deshace y corro hasta entrar de nuevo en la oscuridad del túnel.

    Y es que solo en la oscuridad podemos vivir los hombres sin sombra.

    Un abrazo desde el túmulo

  • Beauséant

    En esta ciudad Cosechadel66 todos mienten, pero algunas sonrisas te hacen creer en ellas por más que sepas que no son ciertas, que guardan un as en algún lugar de sus abrigos…

    … Y si, Tristancio todas las ciudades se parecen, quizás por comparten el mismo alma y respiran el mismo aire.. Por suerte podemos seguir conjugando palabras para ver si encontramos algo de luz..

    De nuevo, gracias Ybris de alguna forma todos somos supervivientes, todos escapamos de algo, y todos caemos en brazos de aquello a lo que juramos no volver… Nuestros errores son circulares, por eso siempre volvemos al punto de partida.

    En la ciudad en la que vivo Tumulario no estarían mal.. la luz del sol es un círculo desvaído en lo alto del cielo, y la contaminación hace que ni brille ni de calor…

    En Verano un poco menos, laluz .. En verano las líneas cierran, los vagones se reducen y la gente tiene la misma cara de cansancio que el resto del año.. los únicos que vuelan aquí lo hacen por pura fuerza de voluntad o ayudados por alguna sustancia mágica..

    Na Ele de Lauk queda concretar si cobraremos diez o doce millones anuales, y el resto lo tenemos casi apalabrado con la editorial 🙂 De momento lo único que tenemos es un PDF en la trastienda.. Primero la trastienda luego el mundo, ya sabes..

  • Gwynette

    Aquel día se converió en un pequeño héroe al arrastrar desde el andén del tren de cercanías hasta el exterior a un desvalido viajero con un problema evidente de claustrofobia.
    Cuando llegaron a la soleada calle cogidos de la mano, como en una detonación, emergió su problema de agorafobía.
    Así, mientras el viajero renacía, el héroe expiraba…:))

    Besitos

  • Beauséant

    Es un buen final Gwynette , así como de cuento, sin saber muy bien quien es el héroe y quien el villano.. quizás porque no hay diferencias entre uno y otro 🙂

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