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el rebaño

Sus hijos eran su orgullo y toda su esperanza. Casi tanto como su rebaño, unas treinta cabras famélicas que retozaban entre la basura esquilmando el fruto de aquella tierra baldía.

Así había sido siempre su vida, un puñado de sencillas reglas que fueron pactadas con los dioses cuando el mundo aún era joven, y que han ido pasando a través de generaciones en forma de historias contadas alrededor de las hogueras. Rituales que el paso del tiempo había convertido en polvo, en desmemoria. El cada vez más reducido grupo de ancianos era seguramente la última generación en seguirlos. Hasta sus propios hijos habían proscrito a los dioses de la memoria. Ahora se postraban ante un altar en forma de televisión desde el que no dejaban de hablar de una utopía llamada Europa. Una prostituta indeseable que lo pide todo sin darte nada a cambio. Ese era el futuro de su aldea, un puñado de hombres sin memoria que sueñan con escapar de allí mientras se matan por vestir camisetas con los nombre de equipos de fútbol que juegan en ciudades desconocidas.

Cada mañana, sentado en el montículo desde el que se divisa la aldea, ve subir el humo sagrado de la pequeña choza de adobe que sirve de templo, y comprende que los dioses han sido generosos con él. Su rebaño, un hogar, que es apenas un diminuto agujero en la tierra cubierto con hojas de palma, y ocho hijos, todos varones, fuertes y vigorosos. Esa era su recompensa. Incluso cuando vio nacer aquella niña maldita que había matado a su madre al nacer su fe no flaqueo; sabía que los Dioses sólo trataban de ponerlo a prueba como han hecho con los hombres desde el principio de los tiempos. Por eso la había acogido negándose a entregarla a cualquiera de las mujeres sin hijos de la aldea. No quería perder el favor de los Dioses y sabía que ocho hijos bastaban para sacar adelante el rebaño, y que aquella niña pronto tendría entre sus piernas la fuerza que le faltaba en los brazos. Ese día podría ofrecerla en matrimonio a cambio de una dote que hiciese aumentar el número de cabezas del rebaño. Si, los Dioses siempre cubren con grandes dones a quien sabe cumplir sus deseos.

Lo que no podía saber este humilde pastor es que los dioses juegan caprichosos con el destino de los hombres. Gran palabra esa, hombres, que para los dioses apenas es nada. Un instrumento para su diversión, un perro al que lanzas una y mil veces la pelota para que la traiga siempre con el entusiasmo de la primera vez.

Sólo había una cosa que escapaba a su control, su hija, ese tesoro que el había guardado para asegurarse la vejez, se iba convirtiendo lentamente en mujer. Primero una sonrisa picara que apenas mostraba, pero que cuando nacía en la comisura de su boca hacia a hombres y mujeres olvidarse de su misera existencia. Por un momento desaparecía el sol inclemente, el ganado muerto de hambre y las ruinas de una vida desdichada.

Con el tiempo su cuerpo fue cogiendo las formas de una preciosa vasija que hacía a los hombres girarse y mirarse entre ellos divertidos, convertidos de pronto en niños. Aquello le asusto como nunca le había asustado nada, sintió el abismo ante sus pies y supo lo que pasaría sin necesidad de brujos ni hechiceros…

… Un día aparecería aquel hombre blanco, el dueño de los edificios enormes que brotaban a pie de la playa llenos de turistas, y se fijaría en ella. Hablaría con él, claro, sólo para hacerle ver que no existía alternativa alguna a sus deseos, y se la llevarían en uno de aquellos vehículos que rugen y se mueven sin ayuda . A él le prometerían grandes riquezas, incluso la posibilidad de vivir allí, en aquellos templos de color blanco que amenazaban orgullosos el cielo. Pero nada de eso sería cierto, lo había visto muchas veces. Se la devolverían al cabo de unos años, estropeada, manchada para siempre, y rechazada por todos los hombres. Sólo una boca más para alimentar…

Mientras la lluvia de golpes cae sobre ella, el pobre pastor pide a los dioses que guíe con pulso firme a su vara para poder deformar aquel rostro perfecto, pero no mucho, no quiere matarla. Quiere destruir su hermosura, lo justo para no perderla, para que deje de resultar atractiva a los ojos del diablo blanco. Quizás ya no pueda casarla con un hombre poderoso, piensa mientras la cadencia de sus golpes cobra ritmo de ritual, pero siempre hay hombres mayores que ven cerca el fin de sus días y necesitan mujeres jóvenes para traer descendencia y evitar que su estirpe se borre maldita de la memoria de los dioses.

Abajo, impotente ante los golpes, ella oye crujir sus huesos y llora con una resignación que no se aprende en ningún lado, la misma con la que antepasados suyos lloraron ante el nuevo mundo… Arriba, los dioses observan complacidos la escena y pronto la olvidan. Al fin y al cabo son dioses y tienen un mundo, millones de criaturas, creadas para su entera diversión.

11 Comments

  • Ybris

    Terribles los dioses que inventamos en medio de un mundo incomprensible al que hay que comprender.
    La pena es que acaben pagando siempre los m´s débiles.
    Siempre es un consuelo poder leer todo eso en un relato impresionante.

    Abrazos.

  • koffee

    Quería pensar que era una de tus fantasías, pero el aviso del correo de Amnistía Internacional hizo su trabajo y me devolvió a una realidad como la que relatas.
    Respiro hondo.

  • Beauseant

    Aún no tengo claro el motivo de escribir los Lunes, Athe.. Supongo que es una forma como otra cualquiera de empezar la semana… Otra forma de hacerlo es como dice Cosechadel66 con un buff 😉

    Gracias virgi sigo diciendo que es un gusto saber que alguien se lee algo de esa longitud en una pantalla de ordenador

    La metáfora Pazos de Audiencia es que, quizás, no hay tal metáfora.. O lo mismo en mi afán de reducir el texto he dejado demasiadas cosas colgando. Si quieres me dices lo que has entendido, yo te cuento lo que quería decir, y para la siguiente lo mismo nos enteramos los dos ¿te parece?

    Los Dioses, creo Ybris, los hicimos para poder entender y encerrar un mundo incomprensible en un puñado de reglas sencillas. El problema es que en algún momento esos dioses se escaparon a nuestro control y nos convirtieron en esclavos, cuando debería ser exactamente al revés.

    Gracias, Fátima, es bueno saber que una cosa no es incompatible con la otra.. Aunque me temo que textos alegres, en el máximo sentido de alegres, por aquí no florecen…

    La realidad es una cosa que florece al otro lado del muro donde nos empeñamos en no mirar querida koffee, a veces es un correo, una idea o Dios sabe qué, lo que nos obliga vislumbrar por una rendija ese otro lado.. El que no pensemos en el no quiere decir que no exista, y quizás el escribir estas cosas, el dar dinero no sean más que una manera (quizás hipócrita) de reconocer su existencia.. Bah, no sé ni lo que quiero decir, perdona.

  • FILOABPUERTO

    Muy impactante, Beauseant,.

    Según iba leyéndolo, albergaba la esperanza de un final más generoso para esta pobre mujer, pero sospechaba que tu pluma no nos iba a “edulcorar” la descarnada realidad.

    Saludos

    Merce

  • la chica triste de la parada de autobús

    Vaya giro inesperado a medio relato. Espeluznante pero hermoso, como a menudo.
    Un abrazo.

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