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el increíble hombre menguante

El hombre que se encoge lentamente se cepilla los dientes ante el espejo. Sabe, siguiendo las marcas dejadas sobre el cristal, que es ligeramente, apenas un poco más bajo que ayer. Ni tan siquiera es algo perceptible, fácil achacarlo a las zapatillas, la rugosidad de la alfombra o a cualquier otra cosa, pero el sabe que no es así.

La única verdad es que cada día es más pequeño; que se encoge lentamente de forma imperceptible pero inapelable.

Durante el trayecto en el ascensor no puede evitar compararse con sus compañeros a los que irremediablemente encuentra más jóvenes, más dispuestos para la lucha diaria, pero también para disfrutar y dejarse sorprender en cada paso del camino. Hace siglos él también era así.

Intenta situarse en la parte de trasera del cubículo para que nadie pueda ver su cara ni medir su estatura. Se abre camino hasta el fondo, y con las espalda apoyada contra el espejo se sube sobre sus talones intentando seguir el ritmo marcado por las palabras que brotan en cacofonía su alrededor. Escucha con atención las conversaciones sobre el fútbol, las mujeres que han derribado o cualquier otra cosa que hayan hecho durante el fin de semana. Apenas si logra entender algo de todo eso, pero sonríe y asiente. Eso es lo más importante, asentir, formar parte de todo ese embrollo.

En las reuniones la cosa no mejora: cuando su jefe le cede la palabra y le toca presentar interminables balances llenos de gráficas siente sus miradas cada vez desde más arriba, con sus gafas, sus trajes y sus hondas arrugas de preocupación. Miradme, parecen decir, soy demasiado importante, tengo una hipoteca inmensa, mujer e hijos, he apostado toda mi vida a esta empresa, no puedo perder el tiempo con alguien tan diminuto.

Como todo adulto que se precie de su evolución, el hombre que se encoge lentamente busca con desesperación el punto crucial donde todo se vino abajo. Piensa, no sin cierta inocencia, que él lo tenía todo para haber triunfado en una vida que ahora parece haberle dejado colgado de la brocha. Revisa los diarios y las calificaciones de sus lejanos tiempos en la universidad, fiscaliza con trazos de entomólogo las fotos y anotaciones de entonces, traza una minuciosa radiografía de sus amantes y amigos… Y busca, por encima de todo busca los culpables de ese desastre.

El tipo que se encoge lentamente intuye las cartas marcadas, los días ya recorridos y, lo peor, ha olvidado su mejor truco, el que le volvía invisible con sólo chasquear los dedos. Ahora se encuentra condenado a ser cada más pequeño ante los ojos de un público que le observa en completa indiferencia.

Eso es lo peor, la total y absoluta indiferencia con la que todos parecen asomarse a su propio e intransferible infierno personal. No hay amigos, le gritan las cartas, y ya es tarde, tarde para cualquier otra cosa que no sea dejarse llevar por esa rutina de calendario.

Se sabe encallado en ese punto crucial que figura en todos los mapas y guías de viaje, pero ese conocimiento sirve de bien poco porque ya nada tiene remedio: has llegado ahí a una edad en que la vida tiene mucho más que ver con las creencias que con las realidades, y en el que hasta los espejos que te conocen del día a día son incapaces de seguir mintiendo y devuelven, por fin, el verdadero rostro del tipo al otro lado.

6 Comments

  • virgi

    Es lo que quisieran, que todos fuéramos empequeñeciendo hasta ser hormiguitas que no se oigan ni se vean.
    Besos y besos

  • dsd

    Siempre he pensado que la verdad duele pero, al menos, es verdad.
    La indiferencia hiere, la invisibilidad cura sólo un momento o dos. Y la autoestima es un animal difícil de domesticar. Entenderlo es complicado pero necesario también, máxime cuando el tiempo no nos sobra.

    Precioso relato.

  • Vanessa

    Intentamos crecer pero la indiferencia de los demás nos hace cada vez más pequeños.
    Siempre necesitamos a alguien porque aunque queramos hacernos los fuertes e independientes, la soledad nos achica aún más.
    Besoss

  • GGM

    Y ojalá esto fuera solo un relato, ciencia ficción y nada más. Y no tuviéramos que encontrarnos con sombras grises y empequeñecidas a cada esquina de calle que no saben en qué momento han errado en su búsqueda del ‘sé alguien’, ‘sé alguien’…

  • Beauseant

    pero, virgi, no siempre podemos culpar a los demás, a veces queremos ser hormigas, ¿no?

    amen a todo lo que dices, dsd, he llegado a creer en eso, que al menos la verdad es lo único real a lo que agarrarse, aunque duela y no hubiésemos querido escucharla.

    Claro, vanessa, pero en el fondo casi siempre estamos solos. Dentro de nuestro mundo, atrapados en nuestros miedos, presas de lo que dice GGM la fiebre del sé alguien.. Al final somos nosotros y nuestros fantasmas, sin nada entre medias.

  • Cosechadel66

    Y es que lo único que se nos va agrandando (o eso dicen) son las orejas… y los recuerdos.

    Carpe Diem

    PD: Ya era hora que pasara por aqui a disfrutar.

    Un abrazo

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