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ciudad mentira

Volver allí era una derrota en sí misma, así de sencillo. Sin espacio para atajos ni excusas: las quemó todas el día que juro no volver a pisar ese rincón casi abandonado del mundo.

Los autobuses son latas desvencijadas de aluminio decoradas con carteles gastados de gente feliz y el nombre de la compañía sostenido en lo alto con orgullosas letras mayúsculas. Siempre realizan la parada en el alto que domina la ciudad, pero nunca llegan a entrar en ella. Parecen tener miedo de verse atrapados en las callejuelas de lo que otrora fue el orgullo de la nación, convertida ahora en un puñado de restos industriales agonizando a la intemperie. Sus fábricas, tiendas y restaurantes no son más que caparazones de tortugas extintas recubiertos de la sucia patina que da el tiempo y el dinero al escaparse a toda velocidad.

Ciudad dormitorio, ciudad cementerio, ciudad lupanar.. ciudad mentira.

Ella observa desde las alturas los edificios blanqueados ordenados en calles simétricas y numeradas, y piensa en una lápida esperando la inscripción de cien mil almas.

Cien mil una, murmura con una sonrisa forzada mientras recoge las maletas y comienza el camino de descenso.

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