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tras los pasos del miliciano (primera parte)

la muerte de un miliciano

Hace ya tres meses que tengo a mi Demonio encadenado, me dice y extiende la mano para demostrarme la firmeza de su pulso. Es la primera vez en todo el viaje que me he atrevido a preguntarle por su leviatán.

El Demonio de mi amigo no siempre había sido una fiera de ojos rasgados. En otro tiempo y otro lugar había sido la pócima mágica que lo convertía en el amo de las fiestas, el tipo que abría y cerraba los bares con una sonrisa en la boca y siempre estaba dispuesto a recibir una llamada con la que escapar de la rutina. Era como un Batman gordo y peludo, peleando incansable contra los malos y volviendo a su cueva sin darte la paliza con sus problemas.

En la última entrega nuestro héroe se enfrentó a su némesis, un médico con cara de pocos amigos que nos descubrió el verdadero origen de sus poderes: mi colega era alcohólico. Algo que, analizado con calma, no debería haber sorprendido tanto a su fiel grupo de seguidores.

Hace tres meses que apenas bebo una cerveza los fines de semana; ya no tengo días borrados en mis meses y la vida va mucho más despacio, con cinturón de seguridad. Añade mientras estira el suyo y se recuesta en el asiento del copiloto. Pero también es mucho más aburrida, confiesa. Se incorpora y se vuelve hacía mi. En realidad, no sé como lo lográis, como seguís adelante con vuestras trabajos de supervivencia, con todas esas rutinas prefabricadas. Como hacéis para levantaros cada mañana sin tiraros por la ventana o sin querer beberos hasta el agua de los floreros para intentar encontrar la gracia a todo esto.

No lo dice con rabia ni como un reproche, hay algo parecido a la admiración en sus palabras. Una necesidad de entender algo cuya existencia, hasta hace bien poco, desconocía.

Mi respuesta es que no hay respuestas. Pasas una vida entera intentando doblar una cuchara con la mente y el truco era bien sencillo: no había cuchara alguna.

Ahora mismo estamos en medio de un paisaje lunar de olivos y campos rojizos. La carretera es una cinta de Moebius que divide el horizonte y te tienta a pisar el acelerador un poco más allá de lo razonable.

Vamos tras el rastro de un hombre muerto, la huella para la posteridad congelada para siempre por un fotógrafo Húngaro en 1936: estamos buscando el punto exacto donde murió Federico Borrel. Un punto difuso sin acimut ni derrota alguna cuya ubicación parece haberse perdido entre toneladas de olvido.

Mi amigo conjura ese olvido con un montón de libros, folios con correos electrónicos de gente que dice saber y un papelito con las indicaciones que nos han dado hace un rato en una gasolinera. Pero ahora mismo estamos a las afueras de un pueblo llamado Espejo, cerca de Córdoba, y comenzamos a sentirnos como dos exploradores que se avergüenzan de sentirse perdidos.

Robert Cappa es la última de una larga lista de obsesiones cultivadas por mi amigo. Lleva años siguiendo su rastro, recopilando trozos de su vida hasta trazar la ruta de este viaje por España a través de un puñado de coordenadas repartidas por lugares que se van escapando de mi memoria con el paso de los días: Teruel, Madrid, Barcelona… y, claro, Brunete, el alfa y el omega de esta cosmogonía que vamos componiendo. El punto donde los divinos tahúres situaron la ordenada exacta en donde moriría de manera definitiva un judío húngaro llamado Friedmann y nacería un inmortal nominado como Cappa.

España transformo por completo a Cappa, dice mi amigo. No sólo por Gerda y su trágica muerte, hay algo en este país, quizás sea el viento que arrastra tantas cosas o ese sol que lo recalienta todo que los acaba volviendo locos, incomprensibles. Los españoles siempre han demostrado una tenacidad asombrosa a la hora de aniquilarse entre ellos a lo largo de su historia. Apenas tenían medios pero hicieron un trabajo estupendo, eso hay que reconocerlo. En este país, concluye, Cappa se asomó al material con el que estaban hechas sus peores pesadillas y el tiempo se encargaría de hacerlas más grandes y terribles en un gran teatro llamado Europa.

No parecer tener pruebas para sostener esa afirmación, pero lo dice con una mezcla de tristeza y convencimiento que me hacen incapaz de contradecirle. Es imposible estudiar algo, meterse de lleno en una historia, y no acabar sintiendo su dolor como algo propio.

2 Comments

  • virgi

    Se me han puesto los pelos de punta de pensar en la guerra. Tantos muertos, tanto dolor, tanta tristeza ( y todo para llegar a esta podredumbre, pero eso es otra historia), tantos jóvenes perdidos para la vida.
    Y ahí está ese famoso miliciano, luchando por sus ideales, inmortalizado para siempre, pero sin saberlo.
    Hermosa búsqueda, loor a los que persiguen sus ideales.
    Un abrazo y un aplauso a tu escritura.

  • Beauseant

    ¡Gracias, Virgi!

    Es un símbolo, falso o no, una idea de lo que representa todo ese negocio de la guerra. Una foto con vida propia y que cuenta una historia.. como todo lo que hacía Cappa 🙂

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