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El síndrome del perro guardián

perro guardian

 

Todos los animales de mi infancia fueron animales domésticos. Estúpidas y sucias gallinas llenando de mierda blanca los patios de piedra, vacas humilladas y explotadas hasta la extenuación y cientos de ovejas convertidas en jirones de niebla cuando salían en tropel de los corrales.

Por encima de todos ellos, situados en un orden superior, estaban los perros guardianes. Chuchos grises y fieros que lucían con orgullo sus orejas rotas y sus cicatrices obtenidas en desiguales combates con los lobos y jabalíes, las menos de las veces y entre ellos, casi siempre, pero que corrían sumisos cuando el amo les silbaba desde la lejanía.

Con el tiempo los lobos y los jabalíes se fueron alejando del valle para refugiarse en la espesura de los bosques y en la memoria de los más ancianos hasta que ya no hizo falta tanta fuerza para proteger el ganado. Los perros se fueron volviendo más pequeños y maleables, igual de sumisos y obedientes ante sus dueños, pero más pacíficos. Al gusto de unos hombres que, a veces, veían algo demasiado primitivo aleteando en el brillo de los ojos, una fuerza primigenia que les daba pánico porque sabían que una vez desatada no podrían dominar.

Cuando esos canes se iban haciendo viejos obtenían, si tenían suerte, el privilegio de envejecer y holgazanear paseando sus cuerpos tullidos por la puerta de las casas o, si los amos no los consideraban dignos de tal honor, eran sacrificados y sus pieles acababan convertidas en el forro que cubría el yugo de los bueyes.

Puede parecer cruel, y lo era, pero aquella tierra imponía implacable sus usos y costumbres y entre ellos no existía lugar para la nostalgia ni la clemencia. Ni los humanos ni sus bestias la daban ni tampoco la esperaban.

Los animales sólo eran herramientas, y el único aprecio que se les podía tener era el mismo que podía sentirse por un buen serrucho o una escopeta bien engrasada descansando en el quicio de la puerta.

Aquellos canes, en su lento peregrinar, deberían haber aprendido esa valiosa lección: que eran perfectamente sustituibles. Pero sus cerebros tan sumisos, tan sumamente pequeños, apenas les permitían comprender su verdadero lugar en el mundo. Ellos, en su infinita estupidez daban sus vidas por defender el ganado y las posesiones de sus amos porque creían que eran suyas. Que en la ruleta de la supervivencia ellos, precisamente ellos, las más viles y mezquinas criaturas, ocupaban un lugar especial, justo al lado de aquellos humanos a los que habían jurado defender.

Cuando los humanos les dejaban dormir en sus camas, lamer sus manos o comer los restos de la mesa, lo hacían henchidos de de un orgullo ridículo. Se sentían superiores en el orden del universo y se pavoneaban orgullosos ante el resto de animales mientras caminaban por las que creían eran sus posesiones. No sabían ni intuían nada del desprecio que engendraban alrededor.

Empiezo a comprender que los cuerpos y fuerzas de seguridad de esta mentira que algunos seguimos llamando España, porque de alguna forma debemos nombrar a nuestras pesadillas, tienen el síndrome del perro guardián, pero sus pequeños y acomodados cerebros les hacen pensar que son diferentes, mejores que la chusma a la que reprimen en nombre de una ambigua legalidad que poco o nada tiene que ver con la justicia.

Se creen únicos y especiales, sacramentados por un orden superior que les otorga una superioridad moral que nosotros nunca tendremos. Ellos viven a nuestro lado en barrios de la periferia, viajan en los mismos transportes atestados, pagan hipotecas y sobreviven como pueden, exactamente igual que todos, pero cuando se ponen el uniforme se olvidan de la tozuda realidad y por un instante creen que pertenecen a la misma clase que aquellos que los usan y los humillan sin piedad.

3 Comments

  • Borja F. Caamaño

    O quizás seamos nosotros esos perros estúpidos, complacientes y sumisos, temerosos de perder esos juguetes de goma que acaban rompiéndose en poco tiempo y debemos sustituirlos en esa absurda espiral que es el comercio continuo. Ese que necesitamos para que los engranajes del feroz capitalismo sigan funcionando, aun cuando sea nuestra sangre la que ejerce de lubricante para estos.

    Quisiera ser lobo, nunca más un perro, para aullar a la luna.

  • María

    Te leí hace días, no te dije nada porque aunque entiendo lo que quieres decir -aborreces la brutalidad policial- TODOS. Creo que ni todas los polis son, ni funcionan así, la gran mayoría solo hacen su trabajo como pueden según las circunstancias que les tocan vivir, reaccionando como humanos que son ante una agresión, salvo animales rabiosos que es verdad los hay, pero desgraciadamente de esos los hay en todas partes. Fíjate lo del atentado de París! y no todos los musulmanes son integristas !

    Por otro lado tampoco los perros no son serviles, sumisos y menos estúpidos .. los perros instintivamente marcan su territorio, status y protegen lo suyo. Sobre todo son leales, extremadamente leales si se unen a un hombre…y siempre es recíproco. Creo que deberíamos aprender mucho los humanos de ellos. Tengo dos mastines leoneses, sé de lo que hablo;-)

    Me gusta tu bloc, te veo en casa de Francisco P .. te he enlazado … a tu amigo Borja F. Cataño gracias por su visita… no sé qué decirle en su blog ¿ es de videojuegos? 🙂

    Un placer y gracias a los dos!

  • Beauseant

    Es cierto, Borja, que somos padres de una gran parte de los males que tenemos. Quizás nos hemos acostumbrado a asumir que ciertas cosas serían así para siempre sin darnos cuenta que había que pelearlas día a día. Odiamos un sistema sin el que no podríamos vivir, partiendo de ahí todo va cuesta abajo.

    Entiendo lo que dices, María, y me encanta que hagas la puntualización. Sé que estaba generalizando las cosas, quizás demasiado, no lo sé, pero esa actitud de la que hablo es una actitud que cada vez veo más. Esa sensación de impunidad, de saber que digan lo que digan o te acusen de lo que acusen tendrán un compañero al lado para cubrirles… la actitud con la que simplemente se dirigen…

    Con lo que si estoy de acuerdo es con la última parte, los pobres perros no tienen la culpa 🙂 Ellos trazan la línea, deciden de que lado se encuentran y defienden a muerte todo lo que quede en su lado. Es un tipo de nobleza imposible de encontrar en un humano.

    Muchas gracias por pasarte, a Borja le he conocido hace poco, así que tampoco tengo claro de que va su blog, supongo que como todos, de todo un poco 😉 ¿no?

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