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cuatro tumbas

cuatro tumbas

Cavaron cuatro tumbas al filo de la madrugada. Dos grandes, otras dos pequeñas, quizás demasiado. Alguien tan pequeño no tendría que tener una tumba con su nombre, debieron pensar cuando las terminaban de cavar.

Habría sido mucho más sencillo, y ellos eran conscientes, cavar un único agujero más grande y amontonar sin orden ni concierto los cuerpos en su interior, pero ambos sabían que de todos los errores que habían engendrado a lo largo de su vida ese sería uno al que no podrían enfrentarse.

Era una noche fría de Septiembre, había llovido durante todo el día anterior y la tierra salía suelta, con facilidad, pero al poco de empezar gruesas gotas de sudor corrían sobre sus rostros mientras trabajaban envueltos entre volutas de vapor que dibujaban espirales al escapar de sus cuerpos.

Cavaron en silencio durante un buen rato, oyendo apenas el sonido de la gravilla y los vaivenes de las palas al hendirse en la tierra mientras eran iluminados por las dos luces de los coches que, colocados en diagonal, dibujaban un tenue Caravaggio sobre la escena.

Al final de la tercera tumba sus ojos, que llevaban toda la noche rehuyéndose, debieron cruzarse para descubrir a dos hombres aterrados. Ellos, que habían hecho del miedo una forma de vida, habían encontrado un horror mucho más profundo que aquel que llevaban toda una vida alimentado.

Enseguida bajaron la cabeza y siguieron encerrados en un perpetuo silencio; no era el momento ni el lugar para empezar a tener dudas. Llenaron las tumbas con cal que sacaron de los maleteros y apartaron a un lado la bolsa con la ropa y las pocas pertenencias de los cadáveres que en breve serían quemadas junto a los coches y sus propias vestimentas. Eran dos profesionales y podían realizar todas aquellas tareas sin apenas ser conscientes de ellas.

Acabaron tarde, en las primeras luces del alba. Se miraron una última vez y se conjugaron para no volver a hablar de aquella noche.

Al mayor de los dos le conocí cerca de la costa, en uno de esos hoteles enormes que son pequeños ínsulas enclavadas entre penínsulas de miseria. Llevaba años construyendo una vida nueva y cada noche servía copas a turistas despreocupados que no parecían muy contentos de estar allí.

A su compañero de aquella noche le balearon a la salida de un bar. Cuando se lo recuerdo se limita a encogerse de hombros resumiendo en ese gesto que la muerte es apenas una pequeña parte del balance total. Eran tiempos un poco extraños, se limita a decir, y tiene razón: el país entero era una locura, con el dictador agonizando y toda su caterva de cachorros devenidos en fieras salvajes dispuestas a lanzarse sobre los restos de un imperio levantado con tanto empeño y tanto dolor. Había oportunidades, trabajo y dinero para aquellas personas que fuesen capaces de asumirlo. Nadie paga tanto dinero por hacer algo sencillo, me dice a modo de conclusión.

Una época cubierta de niebla de la que conserva una cicatriz asomando en la base del cuello como una serpiente y un tatuaje de un ángel negro, con las manos extendidas hacia delante y una expresión triste en el rostro que, sin apenas darse cuenta, se frota constantemente cuando trata de recordar.

El sigue vivo y su compañero muerto, pero es difícil saber quién tuvo mejor suerte. A su compañero le habían baleado hacía cinco años a la salida de un bar donde tocaba una orquesta todos los jueves. El último baile se lo concedió a una belleza rubia que por aquel entonces estaba liada con un mafioso local. Y, desde ahí, marchando hacía atrás había un montón de deudas sin pagar y una lista interminable de agravios. Pudo ser cualquiera y a nadie le importó demasiado, una vida rápida, un deseo constante de olvidar, de quemarse en medio de una llamarada enorme de luz y sonido. La anomalía era seguir vivo; después de aquella noche él ya había muerto y sólo restaba saber cuando vendría la negra a cobrar la factura.

Conseguí hablar con él un par semanas antes de todo aquello, le digo intentando ganar tiempo. Así es como he logrado encontrarte. Por un instante deja de ordenar las copas y los vasos tras la barra y me mira con la mandíbula apretada y quieto, muy quieto, decidiendo su próximo gesto con una paciencia infinita. Era un tipo pequeño, sigo hablando a través de la brecha que he logrado abrir, podría haberse ganado la vida en el boxeo, ¿verdad? Pero le gustaban más las artes marciales y más que eso las mujeres. Eso me lo dijo el primer día que nos conocimos.

Imitaba todas las voces y las poses de los tipos duros de las películas. Se notaba que había pasado horas delante del espejo hasta lograr el gesto y el tono exacto de sus héroes. También me hablo de ti, me dijo que sería fácil encontrarte, que tenías el aspecto y la constancia de una pieza de acero prefabricada. Quizás los tipos que os contrataron pensaron que eso sería una buena idea, ¿no? Ya sabes, que de alguna forma os empujarías mutuamente hasta lograr acabar el trabajo.

Sé lo que estoy haciendo, y es peligroso. Estoy empujándole, llevándole a un sitio al que no quiere ir, pero estoy demasiado cansado para apelar a cualquier tipo de prudencia.

Cuando pongo las dos fotos encima de la barra sus ojos se convierten en unos puntos negros y abisales. Nos quedamos mirándonos en un tiempo inerte y justo cuando comprendo que es un gesto inútil, que nunca completará la historia y pongo las manos encima de las viejas fotografías para recogerlas, él asiente levemente con la cabeza. Se muerde las labios hasta hacerse sangre y veo dos gruesas lágrimas deslizarse, gordas y perezosas por las mejillas. Las lágrimas de un asesino.

Quizás sea cierto lo que me dijo su compañero y exista un código de los asesinos. Un conjunto de reglas que ellos mismos aceptan cumplir para no caer en la locura.

Si eso fuese cierto ellos, aquella noche, rompieron todas y cada una de esas reglas para asomarse a un abismo de horror. El espejo ante el que tendrían que mirarse cada día después de aquella noche.

6 Comments

  • Brisa

    Escribes increíble… dan ganas de conocer toda la historia, sin parar, empezar por el principio, en un último intento de evitar la condena, a base de atenuantes, que puede que nunca existieran ni en los personajes, ni en la intención de su creador al darles forma.

    Un abrazooo
    Un abrazo

  • Beauseant

    Gracias, Isaac, me alegro, mucho..

    Me resulta muy complicado hacer personajes complejos, Brisa, esa es la verdad 🙂 así que doy pinceladas y cruzo los dedos para que vayan componiendo la historia ellos solos.. Cuando das demasiados detalles, o eres muy bueno, o acabas por hacer algo demasiado denso 😉

    Gracias, Mucha, no sabía si estaba todo metido con calzador o si tenía sentido…

  • Kadannek

    Poco a poco voy conociendo distintas facetas y formas que tienes para expresarte. Me divierte, me agrada.
    Es un buen texto, un monólogo intenso e interesante. Muy bien redactado y fluye tan acompasadamente que pareciera que no lo hubieses ni trabajado y aún así se percibe la dedicación. Se agradece.
    Me gustó leerte.

  • Beauseant

    Gracias, Kadannek.. Me gusta intentar escribir de esa forma que describes (aunque no siempre lo logre) Estructuras e ideas sencillas que encajen sin tener que abrumar con muchos datos.. No siempre sale, así que gracias por notarlo 😉

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